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Tan bella, tan cerca

Isla de Siltolá.
Sevilla (2011).
168 págs.
12 €.

GÉNERO

Profesor, crítico de arte, escritor, José Manuel Mora Fandos (Torrent, Valencia, 1968) ha publicado relatos, poemarios y un original ensayo sobre la lectura –Leer o no leer– con el que Tan bella, tan cerca guarda muchos puntos en común. Si en Leer o no leer eran frecuentes las referencias biográficas para apoyar algunas de sus reflexiones, en Tan bella, tan cerca el yo se apodera completamente del texto, transformando lo que podría ser un ensayo sobre la necesidad de la belleza en la vida cotidiana en un íntimo dietario donde el autor, basándose en sus intuiciones, da forma a una personal manera de entender la estética.

Mora Fandos escribe con calidad y profundidad. No se trata de reflexiones que se queden, más o menos, en lo metaliterario. Hay, detrás, un gran bagaje cultural, con frecuentes conexiones filosóficas, artísticas, literarias, antropológicas. Sin embargo, la forma narrativa, por su tono íntimo y subjetivo, se acerca al dietario y se aleja del ensayo. El autor emplea una escritura circular repleta de ingeniosas y sugestivas intuiciones: “me gusta intuir y dar vueltas, caminar y buscar buenos ángulos”. Las citas relacionadas con la música, el arte y la literatura enriquecen aún más la fuerza lírica de sus pensamientos, encaminados a subrayar la necesidad de buscar constantemente la belleza a nuestro alrededor como la clave para una existencia fructífera y redonda.

La belleza cotidiana ocupa buena parte de sus reflexiones. Y sus propuestas son atinadas. Esta belleza no supone “fascinación por lo extraño y extraordinario”, con ecos de las contraseñas románticas que muchas veces han contaminado realidad; su idea de la belleza cotidiana es aquella “que susurra”, “que parpadea fugazmente en cualquier momento inesperado”. No hay, pues, anhelos de visiones especiales y fantásticas sino la constante búsqueda para descubrir la dimensión estética en las cuestiones más sencillas y normales, en apertura y a favor, como ha dicho su autor, de los demás, los que uno tiene cerca. No se trata de una belleza solipsista, para disfrutar de ella en una alejada torre de marfil. La belleza hay que compartirla.

En la parte final de su libro da un salto más en sus pensamientos y afirma que esa belleza “que brilla en la trama de la vida cotidiana”, debe conducir a alguien y a Alguien, dando así a su reflexión sobre estética y belleza una higiénica dimensión solidaria y trascendente.

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