Sin inventar nada. El polvo anónimo del Gulag

Alba. Barcelona (2006). 578 págs. 26,50 €. Traducción: Vicente Gallego.

TÍTULO ORIGINALNepridumannoie

Casi se han convertido en un género literario los testimonios de los prisioneros de los campos de concentración soviéticos (ver Aceprensa 141/05). El escritor Lev E. Razgón, otra víctima de la represión, se plantea esta cuestión en el prólogo de las memorias de los más de quince años que pasó en diferentes campos hasta que en 1955 consiguió la libertad. Todos estos escritos intentan explicar lo ocurrido y alertar a las futuras generaciones para que no vuelva a suceder nada parecido.

El libro de Razgón está concebido como un alegato contra el olvido: «La apisonadora del terror estalinista ha acabado con un número incalculable de seres. Y el crujido de sus huesos no dejará nunca de resonar en los oídos de todos los hombres».

Basten dos datos: entre el 1 de enero de 1935 y el 22 de junio de 1941, fueron fusiladas en la URSS siete millones de personas. Y Razgón recuerda que en uno de los campos de concentración en los que estuvo, el contingente llegado de Moscú a finales de 1938 ascendía a 517 hombres; en la primavera de 1939 sólo quedaban 27. Sorprende el tono de Razgón al recordar tantos hechos y personas; ninguno de sus relatos transmite odio.

Razgón nació en Gorki (Bielorrusia) en 1908. En 1920 se trasladó a Moscú, donde trabajó como monitor, periodista y editor de libros infantiles.

Tras la muerte de Kírov se desató el terror estalinista, que arrastró a buena parte de la familia política de Razgón. Pocos meses después, Razgón, comunista, casado y con una hija pequeña, fue detenido y acusado de «difundir propaganda antisoviética». La misma acusación recayó en su mujer, enferma de diabetes, que murió a las pocas semanas en un campo de tránsito.

La mayoría de los capítulos están dedicados a contarnos las historias de personas anónimas que Razgón conoció en prisión, con las que entabló amistad y que le contaron su vida. Como indica el subtítulo, Razgón pone el acento en estos seres anónimos, más débiles y fáciles de olvidar que las víctimas famosas. Y también quiere acercar a los lectores las vidas concretas no sólo de los prisioneros sino también de los carceleros y de los verdugos, con páginas muy interesantes sobre el proceso de degeneración personal y social. Para Razgón, «tanto los detenidos como los carceleros salieron del campo perdiendo toda noción del deber y de la honradez». Muy clarificadoras resultan también sus explicaciones sobre cómo funcionaban los tribunales y el Código Penal, considerados por las autoridades soviéticas como meros engranajes del mecanismo de la represión.

Después de la desintegración de la Unión Soviética, Razgón tuvo la oportunidad de tener en sus manos las actas de las instrucciones que se hicieron contra él y su esposa fallecida. Leyendo esos papeles volvió a comprobar la mezquindad y arbitrariedad de un régimen que pisoteó todos los derechos de los ciudadanos, disfrazando su tiranía bajo la retórica ampulosa del comunismo. Razgón publicó un libro con estos recuerdos en 1989. En 1992 recibió el premio Sajarov y murió en 1999.

Adolfo Torrecilla

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