Esta premiada novela está contada en primera persona por un hombre llamado Trond que, a sus 67 años, se acaba de instalar en una casa solitaria en el noreste de Noruega. Un día sale por la noche cuando un vecino está buscando a su perro, y le ayuda: este incidente le hace recordar el verano de 1948, cuando tenía 15 años, el último que pasó con su padre.
Esos episodios de su vida juvenil comienzan cuando su amigo y vecino Jon se presenta en su casa y le propone “salir a robar caballos” a la finca de un vecino, y él accede. Sucede luego un acontecimiento trágico a partir del cual Trond averigua cosas que desconocía del pasado y del presente de su padre.
El narrador va y vuelve adelante y atrás en el tiempo, entretejiendo bien distintos episodios que se refieren –prácticamente todos– a esa época de sus quince años y al momento presente, e ignora casi por completo el resto de su vida.
Su relato, calmoso y pormenorizado, está bien contado y tiene los acentos de una rememoración serena y dolida, de repaso de los motivos por los que ha buscado aislarse para vivir en soledad. No es alegre, pero no es del todo desesperanzado, como lo prueban las alusiones a Dickens –en especial al desenlace tan luminoso de Historia de dos ciudades–, y porque, aunque la deseada comprensión del padre no llega del todo, sí se insinúan una cierta curación y un cierto apaciguamiento de las inquietudes de Trond.