Plenilunio

Alfaguara.
Madrid (1997).
485 págs.
2.800 ptas.

GÉNERO

Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) recupera en Plenilunio sus inconfundibles rasgos temáticos y estilísticos, definidos en sus novelas más celebradas: El invierno en Lisboa, Beltenebros y El jinete polaco. Como escritor sigue compaginando la novela con las frecuentes colaboraciones en el diario El País, que luego reúne en antologías, la última aparecida hace unos meses (La huerta del edén, Ollero & Ramos, Madrid, 1996). En estos artículos Muñoz Molina divulga y defiende -partiendo siempre de un suceso contemporáneo- sus ideas de hombre de izquierdas con las dosis de didactismo y gravedad que le ha añadido su condición de académico.

En Plenilunio, un innominado inspector de policía tiene que descubrir al autor de varias agresiones sexuales a menores. Alrededor de las investigaciones policiales, Muñoz Molina describe la vida de aquellos personajes que mantienen una relación más estrecha con el inspector: su mujer, la maestra Susana Grey, el padre Orduña, el forense Ferreras y el propio asesino. El eje de la novela no es la acción, siempre secundaria y dosificada, sino las reflexiones sobre las vidas de estos personajes, condenados a la derrota y al fracaso.

El inspector lleva poco tiempo en el lugar de los hechos, la ciudad andaluza de su infancia y adolescencia; allí estudió en un colegio de jesuitas y mantuvo una estrecha relación con el padre Orduña, en esos años un cura obrero empeñado en conjugar el cristianismo con el comunismo. El inspector tiene a su mujer ingresada en un sanatorio psiquiátrico, derrumbada por no poder aguantar las amenazas que padecieron durante su anterior destino en el País Vasco. El contacto con el dolor y la muerte provocadas por el terrorismo, la propia debilidad interior, y la distante relación con su mujer le han convertido en un ser desdichado y escéptico, cansado de comprobar casi a diario el lado oscuro de la violencia y el mal.

En su nuevo destino vuelve a encontrarse con otro tipo de violencia irracional, la que protagoniza el violador de menores. Su agobiante búsqueda es el hilo conductor del relato, interrumpido frecuentemente para dejar paso al análisis de unos resquebrajados sentimientos. Susana es la maestra de la niña asesinada; con ella mantiene el inspector una relación profesional que poco a poco se transforma en cordial y en amorosa.

Regresa Muñoz Molina a la ambientación de intriga, con recursos que emparentan sus narraciones con el cine negro norteamericano, y que también se extienden a la descripción de unos personajes retratados con agudeza. Si en otros aspectos de su ideología los esquematismos han dado paso a una visión más matizada, no puede decirse lo mismo de su enfoque de la religión. Aquí parece anclado en el rechazo juvenil de una formación religiosa negativa que no hace justicia a la variedad de situaciones en este campo. Quizá debería haberse ahorrado algunas páginas que se alargan con reflexiones redundantes. Hay pasajes duros, provocados por la violencia del argumento, pero siempre descritos sin abusar del detallismo morboso. Plenilunio es una novela de madurez, densa y bien construida, donde Antonio Muñoz Molina confirma sus excelentes dotes narrativas.

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