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Obra selecta

Lumen. Barcelona (2008). 930 págs. 48 €.

Autor de más de cuarenta libros en los que frecuentó todos los géneros literarios, Edmund Wilson (1895-1972) fue conocido sobre todo por su labor como crítico literario, que ejerció en diferentes publicaciones: Vanity fair, The New Republic, The New Yorker y The New York Review of Books. Para Aurelio Major, autor de la introducción a esta antología, Wilson encarnó “la crónica de la vida literaria en Estados Unidos” en la primera mitad del siglo XX. Obra selecta contiene una selección de sus numerosos textos críticos, los que mejor han resistido el paso del tiempo. También se incluye parte de su correspondencia con algunos de los escritores con los que tuvo un intenso trato, como Nabokov y Scott Fitzgerald.

Wilson fue un crítico conservador, directo, pragmático, individualista, exigente, muy culto y políglota (aprendió incluso hebreo para leer la Biblia). También realizó numerosos viajes que le sirvieron para comprobar en directo el alcance, por ejemplo, de la Revolución rusa, por la que mostró, al principio, una simpatía que luego se trocó en decepción. Intelectualmente, Wilson se encuentra muy próximo a los escritores y políticos izquierdistas (algunos pertenecientes a la Generación Perdida), que radicalizaron sus posturas ideológicas influenciados por los acontecimientos históricos anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Para ellos, el marxismo, sin estridencias ni exageraciones, sirvió como método útil para analizar el alcance de las obras literarias.

Más tarde, Wilson moderó su pensamiento, sobre todo cuando se conoció mejor la durísima represión soviética y las pobrísimas consecuencias del marxismo aplicado a la literatura. Tuvo una vida personal muy agitada, con sucesivos fracasos matrimoniales y con una acusada tendencia hacia el alcoholismo.

A la hora de analizar una obra literaria o un autor, Wilson desconfiaba con rotundidad del academicismo, lo que se nota en su manera de ejercer la crítica, más periodística que universitaria. La crítica ejercía para él una función higiénica y pública, y supo prestigiar los trabajos relacionados con la crítica literaria, considerada una actividad con poco peso intelectual. Para Aurelio Major, “su misión fue la de despojar a la cultura estadounidense de su provincianismo”. Entre sus aciertos, supo valorar la influencia y la importancia que tendría para la historia de la literatura las novedades que aportaban escritores como Proust, Joyce y Hemingway. Escribió sobre los grandes de su tiempo: Faulkner, Thornton Wilder, Henry James, Edith Wharton, Khaterine Anne Porter, Oscar Wilde…

Pero hay también comentarios y opiniones polémicas. Despreció a Tolkien (“la prosa y el verso son propios de un profesor aficionado”). Encontraba pocos atractivos en la literatura policíaca y en la de terror. No le convence el peso del catolicismo en la obra de Evelyn Waugh, en especial en Retorno a Brideshead (que definió como “un panfleto católico”). Sobre la literatura de Hemingway tiene opiniones contradictorias, aunque censuró la explotación comercial de su personalidad. Rechazó las posibilidades literarias de las vanguardias, que nunca comprendió. Como todos los críticos, tuvo sus filias y sus fobias.

A pesar de todo, Wilson fue ante todo un auténtico intérprete de la literatura y un maestro de la crítica. Como escribe Major, “pretendió intervenir siempre en la vida pública de Estados Unidos con la literatura, pero nunca cometió el error de ponerla al servicio de causas o ideas ajenas a ella”.

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