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Novalis. La nostalgia de lo invisible

Trotta. Madrid (2010). 261 págs. 25 €.

Hay en la historia humana unos pocos genios que dieron lo máximo de sí viviendo pocos años, como si cumplieran lo escrito en el libro de la Sabiduría (4, 13): “Consummatus in brevi, explevit tempora multa”, viviendo poco tiempo hizo lo que corresponde a muchos tiempos. Uno fue Alejandro, con 33 años; en música, Mozart, con 35; en pensamiento, Pascal, con 39; pero el de más temprana muerte fue Friedrich von Hardenberg (1772-1801), más conocido como Novalis. Murió de tuberculosis, la “enfermedad romántica”, “le mal du siècle”, como Bécquer, Chopin y tantos otros en su tiempo.

Dejó, además de poesías, entre ellas los Himnos a la Noche y la sugerente novela inacabada Heinrich of Ofterdingen, un breve ensayo, Europa o la cristiandad: un acto de rebeldía espiritual en una época de descreimiento y de hipocresía.

Si se permite un recuerdo personal, descubrí el Heinrich of Ofterdingen con apenas catorce años, y la búsqueda por parte de Heinrich de esa flor azul en la que estaba todo en lo que se podía soñar me dejó una impresión imborrable.

La biografía de Antonio Pau -concisa, exacta, con muchas e interesantes ilustraciones- cuenta la breve vida de un niño, un joven, educado en el rígido pietismo de una rama del protestantismo y que siempre estuvo por encima de su tiempo, porque su pasión era ver en lo visible lo invisible, romantizar la vida. Casi todos sus hermanos murieron antes que él; sus dos amores, Sophie y Julie, a las que quería con un amor puro y espiritual que hoy haría reír a los cínicos, murieron también en plena juventud: Sophie con 15 años.

Los golpes de la desgracia no le hundían porque estaba convencido de que la definitiva patria es el Cielo, y en todo momento se está bajo el cuidado del Padre. Era una época de esplendor cultural en Alemania: Goethe, Schiller, los Schlegel, Hoffmann, Herder, Wieland, Tieck, Kant, Fichte, Schelling, Hegel, Beethoven. Muchos de ellos conocieron al joven Heinrich. Él fue amigo de los Schlegel y de Tieck, admiró a Schiller, pero no le acabó de gustar Goethe.

Soñaba -en un tiempo en el que Napoleón se disponía a dominar el mundo- en una nueva Europa unida por la fe cristiana y, a ser posible, en el catolicismo. En Europa o la Cristiandad, achaca a Lutero -él, sajón, como el reformador y viviendo a veces en su misma ciudad natal- la división de Europa.

No duda en escribir: “Cristianismo aplicado, hecho vivo, fue la antigua fe católica, la última de estas formas. Su omnipresencia en la vida, su amor al arte, su profunda humanidad, la indisolubilidad de sus matrimonios, su comunicabilidad, amiga de los hombres, su alegría en la pobreza, la obediencia y la fidelidad, la hacen inconfundible como auténtica religión y contienen los fundamentos de su constitución.”

Este Novalis clamaba en su tiempo contra las injusticias sociales, estaba al lado del hombre común. Suya es esta frase esencial: “Una posteridad más sabia que nosotros buscará cualquier noticia del pasado como si fuera una reliquia, y ni la vida de un solo hombre, por insignificante que esta sea, le será indiferente, porque en ella verá reflejada, con mayor o menor intensidad, toda la vida de una época”.

Novalis fue un pensador profundo, aunque, por la brevedad de su vida, sólo dejó una obra fragmentaria. Sus pensamientos suelen tener una particular hondura: “¿Qué hacia dónde vamos? Siempre hacia casa”- “Creer es un sentimiento del saber”. “Cada etapa de formación empieza con una niñez. Por eso los hombres más formados se parecen tanto a los niños”. “Estamos en soledad con todo lo que amamos”. “¿Qué es la religión sino una comprensión sin límites, una unión eterna de corazones que se aman?”

Otra característica distintiva de Novalis es su sincera y viva devoción a María, como dejó claro en las últimas páginas del Heinrich of Oftendirgen, donde el único poema que canta el joven, cuando ya se considera maduro para hacerlo, es a la Virgen: “Madre de Dios, bienamada;/ el afligido/ saldrá de aquí iluminado”.

Si se quiere dar con la esencia del Romanticismo, en cualquier estudio histórico, hay que leer a Novalis. El romanticismo naciente no el que luego se hizo moda y se convirtió en un tópico trivial. Hay una buena edición de los Himnos a la Noche junto con Enrique de Ofterdingen, en Cátedra, 1992. Europa o la Cristiandad ha tenido menos fortuna editorial, al menos reciente, pero se encuentra fácilmente en Internet, lo que es de agradecer. Recomiendo la lectura de un autor tan neto, puro e ilusionado. En estos tiempos, un revulsivo.

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