La novedosa tesis del autor en esta obra es que muchos hechos económicos están determinados no solo por las percepciones, sino también por nuestros sentimientos. De estos sentimientos nacen, a su vez, lo que él describe como “narrativas económicas”. Robert Shiller es uno de los economistas más afamados en la actualidad, autor de varios libros de divulgación y premio Nobel de Economía (2013).
El abanico de historias descritas en Narrativas económicas es muy amplio: pánicos bancarios; burbujas bursátiles e inmobiliarias; robots y desempleo; indignación por la inflación; el comportamiento de los especuladores… y un largo etcétera. Tienen, además, diferentes rasgos y se pueden presentar, en primer lugar, como amenazas que permanecen en el imaginario colectivo, como la pérdida de poder adquisitivo de los salarios; o reflejarse en comportamientos, que determinan el auge o la depresión de una economía; o encarnarse en símbolos como el bitcoin, o en pasiones como la locura por el oro. Y, finalmente, por ejemplo, concretarse en políticas.
De entre ellas, ciertas narrativas se vuelven peligrosamente virales. Un ejemplo es la paradoja de la austeridad: “la moda de la pobreza”, que ha seguido en el imaginario colectivo y se ha repetido en muchas otras crisis económicas. El resultado es que millones de personas dejan de comprar y otros cuantos millones pierden su trabajo.
Otra narrativa muy antigua y a la vez muy actual es la que afirma que las nuevas tecnologías contribuyen al desempleo. Pero se debe tener en cuenta que la tecnología, especialmente la informática, que ha destruido un número considerable de puestos de trabajo, ha hecho aumentar de forma continua los empleos por otro lado, a la vez que crecían los salarios reales. La idea de que la tecnología es capaz de crear más puestos de trabajo de los que destruye es algo bien conocido por los economistas, pero no es una idea muy extendida entre la población.
En resumen, Shiller nos abre los ojos a innumerables historias contagiosas y que tienen el enorme potencial de cambiar la forma en que las personas toman sus decisiones económicas. También permiten tomar conciencia de la manera en que los gobiernos realizan la política económica. El autor asevera que el poder de estas narrativas es más amplio y profundo de lo que la economía contemporánea, por ahora, está preparada para aceptar.
De alguna forma, el autor coincide con Hayek. El economista austriaco creía que el conocimiento de la gente estaba disperso en la sociedad, y en buena parte no era explícito. Su conclusión era que el conocimiento del gobierno era inevitablemente inferior al conocimiento disperso que estaba en la gente. Este era su mejor argumento contra la planificación central, y era válido.