Musa de fuego

Rialp. Madrid (2011). 66 págs. 9,50 €.

GÉNERO

Con este primer poemario, Javier Burguillo (Salamanca, 1980) ha obtenido uno de los dos accésits del Premio Adonáis de 2010. El libro es una recopilación de sus poemas, aunque esto no significa que carezca de unidad. El título, tomado de Shakespeare, y “Pórtico”, el poema introductorio, orientan acerca de las intenciones del poeta de rastrear en el misterio de la poesía que es, a la vez, indagación sobre el sentido de la existencia. Musa de fuego se estructura en tres series cronológicas de poemas, la mayoría breves: Aprendiz (1998-2003), Arte poética (2004-2007) y Espejismos (2008-2010), títulos que reflejan bien sus contenidos. En ese proceso, se nota un crecimiento sin grandes altibajos en calidad y madurez desde los primeros versos a los últimos.

Bastantes poemas –en mi opinión de los mejores– son como cuadros o escenas cotidianas de las que el artista saca ese algo sublime que esconden y que él tiene el don de revelar a los demás mortales: una tormenta, un viaje en coche, tren o en el metro madrileño, un paisaje, un recuerdo de la infancia… Sirva como ejemplo el poema “Espejismo en el British Museum”, de la tercera parte: “QUÉ sencillo puede llegar a ser el mundo, // qué diáfano: en la vasija antigua // un muchacho cabalga desnudo // un potro desbocado, // y la pintura parece más real // que este domingo mío // en el museo”. Se podrían citar otros muchos.

En algunos poemas, en cambio, se apunta más directamente al misterio de la creación poética, a la inspiración, las dudas y dificultades con que el escritor se topa, la lucha por encontrar los términos exactos… En estos, el tono suele ser bastante irónico, como en “Injusticia poética”, en que el autor se lamenta de no haber escrito unos magníficos versos de Juan Ramón Jiménez: “Y yo me iré, // y se quedarán los pájaros cantando…”.

Hay un equilibrio entre tradición y originalidad en el ritmo de los versos, en la riqueza de imágenes, en la sencillez del lenguaje y en el tono general del libro de serena perplejidad, lo que denota un buen conocimiento y asimilación de lo mejor de la poesía, no solo de la española.

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