Mentira

Enrique de Hériz

GÉNERO

Edhasa. Barcelona (2004). 635 págs. 25 €.

Sin ruidosas estrategias de «marketing», esta novela ha ido cosechando poco a poco un éxito notable de crítica y de público; y ha obtenido el Premio de los Libreros Catalanes 2004. Enrique de Hériz dejó su trabajo como director editorial en Ediciones B para trabajar durante años en esta novela de 635 páginas, cuyo mejor elogio quizá sea la afirmación de que nada sobra y de que se lee con sorprendente amenidad.

El argumento arranca de un suceso extravagante: una antropóloga, Isabel, especializada en ritos mortuorios, viaja sola a Guatemala. Un despiste trae las consecuencias más inesperadas: la dan por muerta y desfigurada en un accidente. Sorprendida, descubre que los diarios han publicado su esquela y que su familia ya ha repatriado sus cenizas. Dos voces narradoras femeninas, la antropóloga en Guatemala y su hija Serena en Barcelona y en el pueblo costero de Malespina, van desgranando la historia de una familia y sus mentiras, cuentos y leyendas. Estos dos planos narrativos, el de Isabel y el de Serena, van levantando una estructura perfecta en la que las informaciones se anuncian, se alternan y se vuelven a retomar hasta completar un cuadro de historias y leyendas perfectamente entrelazadas al servicio de la exposición de una saga familiar.

La idea argumental recuerda mucho a Pirandello, con sus vivos dados por muertos que se benefician de la inesperada libertad que resulta de su ruptura con la sociedad. El autor salva la verosimilitud de una trama tan rocambolesca aportando datos realistas (lejos del cansino recurso al «realismo mágico»), pero mediante la narración en primera persona de sus dos protagonistas alcanza el nivel que de verdad le interesa y que desborda el género de aventuras: el del análisis psicológico de las relaciones familiares y el estudio de las ficciones como fuente de la identidad humana. «Mentira» plantea así el problema filosófico del lenguaje como determinismo vital, en la línea nominalista y deconstruccionista, con lo que el personaje de Isabel sería la encarnación de la vuelta «roussoniana» a la naturaleza (no falseada por los nombres), en un utópico anhelo de libertad total que la misma novela acaba por refutar.

Los personajes, perfectamente creíbles, encarnan las diferentes actitudes que caben en una familia actual ante la muerte de la madre. No hay esa retórica de la desgracia, tan artificial en autores «muy literarios». Sin embargo, igual que se da por supuesto el amor a la madre, denotan falta de profundidad algunos momentos en los que los personajes hacen gala de una concepción simplista y funcional del sexo. El estilo, siempre preciso y eficaz, sirve exactamente a la narración de historias (el otro gran valor de la novela: la vuelta al placer de narrar), y por momentos alcanza un notable lirismo contenido en las notas de Isabel. Un defecto: excesivo coloquialismo, en ocasiones irreverente, en su afán de subrayar la verosimilitud del discurso de los personajes, gente del siglo XXI.

Jorge Bustos Táuler

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