Mal consentido. La complicidad del espectador indiferente

Alianza. Madrid (2010). 319 págs. 20 €.

Ocurre a veces que se está de acuerdo con las conclusiones estando en desacuerdo con los presupuestos de fondo. Es lo que me ha sucedido al leer el notable estudio de Aurelio Arteta.

Trata nada menos que del asunto del mal, al que el ser humano da vueltas desde siempre. Si se exprimiera este libro, erudito, todo cabría en algo tan sencillo como “hay que hacer el bien y evitar el mal”. Arteta se refiere a los males que son consecuencia del ejercicio de la libertad, a los males sociales, a situaciones de injusticia. No es moral ser mero espectador del mal, sin hacer nada para evitarlo.

Arteta aclara que su estudio se basa en la situación de su experiencia en el País Vasco, donde, como él cita, en ciertos periodos, por fortuna ya pasados, se llegaba a decir sobre las víctimas de ETA: “Algo habrán hecho”. (Arteta es bien conocido por su pública oposición al terrorismo de la banda y a la deriva cómplice de algunos nacionalismos). Pero una reflexión sobre el mal consentido es aplicable a cualquier latitud y a cualquier tiempo.

El estudio del “mal consentido” que se hace en este libro es magistral por el detalle, las múltiples derivaciones: una verdadera fenomenología. Por ejemplo, al estudiar los factores básicos del consentimiento en el mal: el miedo, la ignorancia, la sujeción al grupo, la insensibilidad moral… Cualquier persona en la que perviva un mínimo sentido ético no puede dejar de estar de acuerdo con el contenido de este libro.

Lo que entiendo menos son algunos presupuestos de fondo; aunque en el texto ocupen sólo unas líneas, son afirmaciones de calado metafísico. Los principales son: “Muerto Dios, mayor responsabilidad del hombre”. “No es la fe en un Dios benévolo y omnipotente la que queda afectada por la existencia del mal, sino más radicalmente la fe en el hombre y en su capacidad de combatir el mal, ya que no de superarlo”.

La expresión “muerte de Dios” es una antítesis extrema, es decir, un oxímoron. Puede ser empleada como imagen de una cierta desafección religiosa, pero no literalmente en serio. Porque ¿desde qué lugar habría que situarse para diagnosticar la “muerte de Dios”? ¿Quiere decir Arteta que ese no contar con ningún presupuesto religioso es una simple cuestión de método? ¿O simplemente parte de la comprobación (?) de que a la mayoría de la gente ya no le interesa Dios?

Cuando, sea por método o por lo que sea, se excluye la relación del hombre con Dios, la religión, se suele caer en la desesperanza, en la indiferencia o, como aquí Arteta, en la utopía: “De nadie más, si no es del hombre mismo, hay que esperar una nueva creación, un mundo mejor para los hombres”.

Aunque no está de moda hablar de una “moral natural” a lo que apela en el fondo Arteta es a eso, que no es algo que se imponga con necesidad, porque depende, como todo, de la libertad humana. Pero esa moral natural es perfectamente compatible con “la hipótesis de Dios” como autor de la naturaleza humana.

Para la gente de buen corazón (como el buen samaritano: ejemplo típico del que no mira para otra parte), es connatural actuar en bien del hombre por amor al hombre, incluso más allá del simple deber. Pero no acabo de entender por qué esa honradez natural tiene que basarse en la exclusión de Dios, aunque sea solo como método. Bien mirado, metafísicamente mirado, Dios, al ofrecer al hombre el bien, y al dar la libertad para hacerlo, es un inmejorable presupuesto para rechazar ese mal tan extendido de ser meros espectadores de las injusticias, mirando para otra parte. “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” Pues, sí, lo somos.

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