Ediciones B. Barcelona (2005). 400 págs. 20 €. Traducción: Javier Guerrero.
Incluso en la oscuridad más densa de un túnel, siempre es posible encontrar un poco de luz, luz perdida la llaman. El detective Harry Bosch de Los Ángeles lo sabe porque fue una rata de túnel en Vietnam, y saberlo le ha impedido convertirse en uno de esos monstruos con los que lleva luchando treinta años. Ahora tiene cincuenta y dos, y su sentido de misión sigue intacto: aún debe dar la cara por los muertos. Trabajar en Homicidios nunca fue para él una carrera sino una vocación. Ahora ha dejado su placa, pero es detective privado y se propone resolver un caso que quedó abierto en su etapa anterior.
Una empleada de unos estudios de cine fue asesinada, dos millones de dólares fueron robados en esos mismos estudios durante el rodaje de una película, una agente del FBI lleva tres años desaparecida. Bosch retoma el caso desde el punto en que le apartaron de él. Es concienzudo e implacable, sigue peleando contra todos (el crimen, sus jefes, el FBI, los periodistas, el fantasma de su matrimonio fracasado), las cosas no son fáciles para él, ni con sus mejores compañeros y amigos. Harry es consciente de que se mueve con demasiada frecuencia en el filo de la navaja, pero al final siempre queda la impresión de que las cosas no podían hacerse de otro modo.
La novela es sólida y, sin ser de las mejores, está muy bien hecha, como todas las de Connelly, quien ha conseguido a lo largo de la serie inventar una atmósfera llena de sobreentendidos, de alusiones y de ecos que apreciarán mejor los seguidores de la saga de Bosch, familiarizados con su carácter y sus amigos. El nivel de las truculencias propias del género es como siempre tolerable.
Javier Cercas Rueda