Los optimistas

TÍTULO ORIGINALThe Optimists

GÉNERO

Salamandra. Barcelona (2007). 283 págs. 14,90 €. Traducción: Luis Murillo Fort.

Clem Glass es un fótografo de guerra de los buenos. Tantos escenarios como ha visitado le han procurado fama y premios. Cree que ya lo ha visto todo cuando en 1994 asiste en Ruanda a una matanza en una iglesia. Se creía inmunizado ante cualquier cosa cuando se encuentra de golpe asomado a otra dimensión de la maldad humana, de un grado de crueldad inaudita. Se desmorona. Pierde la poca confianza que tenía ya en los demás y, lo peor, la pierde en sí mismo: todos somos iguales, todos culpables.

Que el hombre se cuestione el sentido del mal no es algo que haya inventado precisamente Miller (Inglaterra, 1960) en esta novela, la cuarta que escribe. La experiencia divide la vida de su periodista en dos. Deja su trabajo, intenta retomar sus débiles relaciones familiares, huye de todo problema humano que se le cruza, ensaya con la bebida y el placer fácil. Nada lo consuela en su deriva. Miller apunta que nada se consigue dejándose ir y pone a su personaje en una pista buena: lo hace pensar en los demás. Ayuda a su hermana a salir de un bache depresivo. Más tarde, una circunstancia le pone en la presencia del genocida africano y le dará la oportunidad de saber si la venganza le devolverá la paz que necesita.

El problema de Glass es de enfoque; poco tarda en darse cuenta de la vaciedad del hedonismo, pero tarda algo más en recuperar cierta fe en sí mismo y una tímida confianza en los demás. Pensar que la gente es básicamente buena, creer que son algo mejores de lo que realmente son, puede ser una válvula para no enloquecer. Es una receta práctica, válida para empezar, pero no es todavía una respuesta.

Casi nada es inútil en esta narración y todo ayuda a mantener un buen ritmo. La historia peligra en varios momentos con estancarse, pero el novelista consigue salvar con brío cada nuevo escollo.

Como en sus anteriores novelas, mantiene en todo momento un nivel estético y técnico alto, de los que se sirve para hablar de personajes angustiados en busca de respuestas morales. Y, también como en sus anteriores libros, no termina de profundizar con acierto.

El apunte de los abusos del colonialismo y los estragos de la corrupción es breve pero suficientemente estremecedor. Los sentimientos de culpa y la obsesión por el caos universal del protagonista resultan un poco exagerados, pero útiles para mostrar en qué acaba un mapa vital sin trascendencia. La clave de la cuestión no se explica en esta novela, que se resuelve con una respuesta práctica pero insuficiente.

Javier Cercas RuedaACEPRENSA

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