Connolly inauguró en 1999 con Todo lo que muere una serie de novelas que protagoniza el detective Charlie Parker. Desde entonces ha dado con un tono, unos personajes y un estilo de tramas llenos de fuerza y originalidad, que han explorado grados nuevos de la maldad y de la lucha contra ella. Una auténtica y adictiva novedad en el transitado terreno de la novela negra que se apoya en dos factores: Parker y sus amigos suelen enfrentarse a seres de verdad escalofriantes, y se ven a menudo envueltos en unas espirales de violencia psíquica y física que convierten a la mayoría de novelas similares en inocentes libros para niños; en segundo lugar, Parker es un hombre con conciencia pero con mucho dolor y odio acumulados, proclive a traspasar algunas fronteras que lo convierten en alguien muy peligroso, y no sólo para los malos. Un detalle lo dice todo: suele ayudarse de unos amigos fuera de la ley (Louis, asesino profesional, y Angel, ladrón) o al borde de la psicosis (los hermanos Fulci).
Esta séptima novela se centra en el pasado de Louis. Un antiguo “compañero de trabajo” viene a cobrarse una deuda muy lejana pero no olvidada. Esto lleva a la infancia de Louis, al racismo y los malos tratos, a su enigmático antiguo mentor, Gabriel, y a un equipo de especialistas llamados los Hombres de la Guadaña. No se necesita mucha imaginación para adivinar sus habilidades.
La novela, eléctrica y apasionante como las anteriores, alterna el presente con el pasado hasta conducirnos a un explosivo desenlace con intervención de Parker incluida. Nuevamente, el oponente principal, Ventura, es un ser que pone la carne de gallina. Connolly vuelve a mostrar su habilidad para contar de modo claro tramas complejas y cada vez narra mejor las escenas de acción y combate. La ambigüedad moral de sus protagonistas “buenos” se extiende en esta ocasión al gobierno, que permite ciertas actividades personificadas en el inquietante Milton.