Los días frágiles

Carlos Pujol

GÉNERO

Edhasa. Barcelona (2003). 209 págs. 16 €.

Los días frágiles es el relato de Maxime, un joven exiliado español que escapa de la posguerra para caer en la guerra, en un París a punto de convertirse en la ciudad abierta de Hitler. Pujol se inspira aquí, como en algunas de sus anteriores novelas, en su conocimiento de la cultura francesa y en su experiencia de traductor de autores como Proust.

El protagonista vive con su tía Henriette, parodia del refinamiento y del chauvinismo; un poco cursi, pero elegante y orgullosa hasta en la decadencia: una encarnación del viejo espíritu de la ciudad. Maxime sale de su casa para escapar de los sonidos que pone la radio al avance alemán, y aquí comienza su aventura. A su deambular se unirá un amigo ciego, un vagabundo intelectual y una mujer misteriosa que les complica envolviéndolos en una trama de intriga y espías. Forman una curiosa troupe, inmersa en el caos que se apodera de París y que recuerda la larga noche de Luces de Bohemia.

Lo peculiar de la novela es la ausencia de perspectiva: los personajes sólo alcanzan a intuir el desenlace que el lector sí conoce, la amenaza real que no quieren entender como cercana. Sus días les parecen horas sin historia: por eso el retrato de la ciudad se vuelca en lo particular, no para detallar una réplica de la realidad sino para rescatar una posible historia de entre el tumulto de una ciudad perpleja y violenta. Pujol esboza el perfil de unas personas desconcertadas por acontecimientos de los que desconocen la causa y más aún las consecuencias. Algo parecido a lo que ocurre en el libro de Stendhal La Cartuja de Parma, obra que obsesiona al vagabundo y que se llevan de una librería abandonada por los propietarios.

El afán de sugerir y no de escribir una crónica aleja al libro del realismo para poner un acento irónico sobre cuantas cosas encuentra: mujeres fatales, policías de cine negro, pensadores de suburbio, incluso sobre el mismo claudicar de la ciudad. El argumento es lo de menos, disperso en episodios de picaresca. Lo de más es la risa y la tristeza de los personajes y su propia reunión, imposible fuera del marco de la guerra. La ignorancia acerca de sus destinos les hace preferir las más extrañas compañías a la soledad, yendo en busca de peripecias que les sirvan de refugio contra las marchas militares que suenan cada vez más cerca de París.

Esther de Prado Francia

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