Los cien ecologismos

Los cien ecologismos

EDITORIAL

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNMadrid (2023)

Nº PÁGINAS294 págs.

PRECIO PAPEL24 €

PRECIO DIGITAL9,99 €

GÉNERO

Como muchos buenos libros, este nos presta el gran servicio de curarnos de simplismos. Como expresa el título, no existe “el ecologismo”, sino una multitud de ellos, no siempre compatibles. Lo que tienen en común no es un programa social o político, ni una doctrina: es una perspectiva que puede cristalizar en muy distintos movimientos, planes de acción y teorías.

Por claridad, que es cortesía con el lector, los autores no intentan dar el censo completo, y catalogan los ecologismos en diez sensibilidades principales, que a su vez comprenden varias versiones. Son, por ejemplo, el ecologismo antisistema, el de sostenibilidad, el catastrofista o de emergencia medioambiental, la ecología social, la ecología profunda, el conservacionismo.

Para que podamos entender esta diversidad, los autores comienzan por exponer una historia sintética del ecologismo, pues las corrientes que hoy vemos se explican primero por las inspiraciones y momentos de las que nacieron. Es necesario, así, remontarse a H.D. Thoreau y su Walden; a la visión organicista de la naturaleza en el romanticismo; a Hans Jonas, con su principio de responsabilidad y su principio vida; a Arne Naess, creador de la ecología profunda; a Ulrich Beck, cuyos análisis de los riesgos sistémicos en las sociedades contemporáneas contribuyeron a definir el principio de precaución.

En cualquiera de sus modalidades, el discurso ecologista se da en tres niveles: el técnico, que mira a la evaluación y prevención de riesgos medioambientales; el ético y político, que plantea la aplicación de valores y principios éticos universales; y el filosófico, que es el de la reflexión para comprender y orientar nuestra relación con la naturaleza. Aun citan los autores un nivel más: el espiritual –religioso o no–, del que se ocupan solo brevemente pero sin dejar de notar su importancia para inspirar el pensamiento y la acción, porque el respeto a lo natural –lo recibido, lo que el hombre no ha hecho– conecta con el sentido de lo sagrado.

Todos los niveles son necesarios, y de hecho están presentes siempre en el discurso ecologista, al menos implícitamente. Es vano pretender resolver los problemas del medio ambiente solo con medidas técnicas, sin meterse en política ni en filosofías. Cualquier solución técnica ha de imponerse a la colectividad, lo que plantea la cuestión del control democrático y reclama una justificación moral del deber que se exige. Los dos primeros niveles, en fin, suponen unas nociones de naturaleza, de ser humano, de responsabilidad moral… De ahí una advertencia de los autores: si la urgencia de los problemas medioambientales lleva a intervenir sin esperar al debate sobre los principios o a la decisión democrática, se corre el peligro de “convertir al activismo ecológico en el nuevo vector de totalitarismo e irracionalidad” de este siglo.

En todo caso, al dejar constancia de las divisiones y problemas de los ecologismos, los autores no pretenden restarles importancia. La perspectiva ecologista, señalan, es sumamente disruptiva para la modernidad y la posmodernidad que imperaban hasta ahora. Pone en cuestión la idea de progreso y hace comparecer de nuevo a la escatología. Hace que se tambalee el proyecto ilustrado de emancipación y el ideal de autonomía, al forzarnos a mirar el hecho de nuestra dependencia con respecto a la tierra, a los otros seres vivos, a la corporalidad, a los demás humanos. Fuerza a replantear los límites entre lo común y lo particular, al destacar las repercusiones que tiene para la sociedad la explotación de los recursos. Extiende nuestra responsabilidad moral al bien de las generaciones futuras. Reintroduce en el pensamiento el ser y restaura la filosofía de la naturaleza, porque invalida la separación cartesiana o idealista entre naturaleza y espíritu.

Por eso, Ignacio Quintanilla (fallecido poco después de que apareciera el libro) y Pilar Andrade no se proponen persuadir a los lectores a favor ni en contra del ecologismo. Más bien dejan constancia de que “todos somos ecologistas”, en cuanto que resulta inevitable situarse de alguna manera ante las cuestiones que los ecologismos plantean, también para criticarlos.

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