Lagartija sin cola

Alfaguara. Madrid (2007). 230 págs. 17,50 €.

GÉNERO

Cuando aparece cualquier libro de un autor consagrado, se despierta enseguida una cierta expectación entre sus lectores más fieles, mayor aún en el caso de que la publicación se haga póstumamente. Sin embargo, si el autor quiso dejar unos cuantos papeles en la oscuridad, tendría sus razones para hacerlo. Quizá sea éste un buen ejemplo. José Donoso (1924-1996) está considerado como el narrador chileno más importante del siglo XX. Ahora acaba de salir una novela suya escrita en los años setenta, Lagartija sin cola, descubierta por su hija Pilar en el archivo de su padre y editada por Julio Ortega, prestigioso crítico de la Universidad de Brown.

La trama se sitúa en España, a comienzos de los años setenta. Un pintor fracasado, Armando Muñoz Roa, deja Barcelona, asqueado de la vida mundana y de las incomprensiones que han rodeado su obra. Para desintoxicarse viaja, en compañía de una prima y ex-amante suya, hasta un pueblo perdido en el interior de Aragón. Allí decide quedarse, deslumbrado por la belleza primitiva del lugar. Sin embargo, poco a poco choca con la incomprensión de los vecinos y, sobre todo, con el imparable avance de la modernidad que pretende transformar el pueblo en un enclave turístico.

Leída con el paso del tiempo, la novela recoge los estereotipos de la sociedad de entonces: el fantasma de la liberación sexual, el asombro del paleto español ante lo foráneo, el movimiento hippie y sus veleidades pseudomísticas. Donoso evoca con precisión la España tardofranquista, invadida por el turismo de masas y todavía aferrada a sus tradiciones. Su prosa brilla en las descripciones del pueblo, naturales y plásticas a la vez. Sin embargo, el resultado final da la impresión de ser un boceto inacabado. La acción se demora muchísimo con la llegada del protagonista y su acompañante, para luego resolverse de un plumazo en dos o tres páginas. Si el lector no tiene conciencia de que está ante un texto inacabado, se decepcionará sin duda.

Cabe preguntarse por qué abandonó Donoso la novela. Una explicación sería la dificultad de ensamblar esos fragmentos que han quedado como astillas sueltas, sin resolver. Otro problema, más serio de lo que parece, se encuentra en el hecho de que los personajes sean españoles que más de una vez se expresan como chilenos. Es inverosímil que un payés hable de “refaccionar una casa” o que los protagonistas utilicen siempre el “ustedes” en lugar del “vosotros”. Por lo demás, la novela es una continuación de las obsesiones y angustias del autor, expuestas en libros más importantes. El protagonista, amoral, egoísta, pretende construirse un mundo aparte en el pueblo, convencido de que “el infierno son los otros”. Sin embargo, no cae en la cuenta de que él mismo es presa del mismo esnobismo que pretende denunciar en los turistas que llegan hasta el lugar. Es incapaz de comprender a la gente del pueblo, igual que éstos (por cierto, muy planos en su caracterización), no pueden entender qué ve un señorito como él en un puñado de casas viejas. La incapacidad para salir de sí mismo es sin duda la principal limitación del protagonista, pero este detalle parece escapar a la mirada del autor, quizá porque se trate de una obra inconclusa. En definitiva, una introducción suave, bien escrita, pero menor, al oscuro y negativo mundo de Donoso.

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