Tras conseguir el Premio Nobel de Literatura en 1957, la crisis existencial de Albert Camus (1913-1960) se agudizó todavía más. Gracias al galardón, ganó dinero y mucha fama, que sobrellevó de una manera atormentada, como describe Miguel Ángel Blázquez (Madrid, 1971) en esta breve novela, centrada en los últimos días del escritor francés.
En ella, Camus regresa a París después de un viaje con su editor, Michel Gallimard, su mujer y su familia. Unos días antes, la mujer de Camus, Francine, había emprendido el viaje en tren. Se hospedan en un hotel, comen en un restaurante y viajan en coche. Michel y Albert se conocen bien. Tras obtener el Nobel, las novelas de Camus se venden en todo el mundo, lo que les ha hecho ganar mucho dinero a los dos. Pero mientras Michel parece disfrutar de los beneficios del premio, Albert se muestra distante, quisquilloso, triste y fustiga la vida que lleva su amigo editor. Además, el Nobel ha paralizado su trabajo creativo, aunque tiene ya una novela muy avanzada: El primer hombre, que se publicará de manera póstuma.
El autor muestra la desazón de Camus y su intranquilidad: “Vivo con un pie siempre en el abismo”. En los últimos años, se habían agudizado sus inquietudes espirituales y filosóficas. Rechaza las explicaciones globales del marxismo, pero tampoco acaba de creer en Dios, aunque sí vivía angustiado con la posibilidad de su existencia, como reflejan las conversaciones que mantuvo en los años 50 con el pastor metodista Howard Mumma, recogidas en El existencialismo hastiado.
Para definir el estado de ánimo de Camus en esos días, Blázquez se inspira en el libro de Mumma. Y así, aparece un Camus repleto de contradicciones filosóficas y sentimentales, con una angustia de corte religiosa que quizás disminuyó su idea del absurdo, tan presente en sus ensayos y obras literarias como El extranjero (1942) o La peste (1947), aunque en La caída (1956) se respiran matices más humanistas.
Resulta atrayente la desgarrada sinceridad de Camus (“soy un ser absolutamente limitado, egocéntrico y egoísta”), a pesar de llevar una vida instintiva, pues seguía sin encontrar sólidas razones que justificaran sus comportamientos vitales en una u otra dirección. “Tengo todas las preguntas, no tengo la última respuesta y vivo con una inquietud enorme. (…) ¿Es normal a esta edad andar buscando algo en lo que creer? ¿Merece la pena vivir?”. El relato tiene el acierto de mostrar los sentimientos íntimos del autor en un momento crítico de su corta vida.