La palabra del mudo

Seix Barral. Barcelona (2010). 1.040 págs. 27 .

GÉNERO

Mil páginas ocupa la narrativa breve íntegra del peruano Julio Ramón Ribeyro (1929-1994). En 1994, poco antes de que el tabaquismo del escritor culminara en un cáncer pulmonar mortal, la editorial española Alfaguara reunió los entonces casi noventa cuentos de Ribeyro que habían engrosado La palabra del mudo. Ahora, quince años después, una editorial del Grupo Planeta vuelve a lanzar esta recopilación, a la que han añadido algunos inéditos. Puede afirmarse que esta edición es la completa, definitiva, de la cuentística de Ribeyro.

Ribeyro, bajo la especie de su álter ego Luder, dejó publicadas estas palabras: “¿No te preocupa escribir desde hace treinta años para haber alcanzado tan minúscula celebridad?”. Y la respuesta de Luder retrata el carácter de su ideador: “Por supuesto. Me gustaría escribir treinta años más para ser completamente desconocido”.

Pese a ser variado en localizaciones y personajes de diversos estratos sociales, la escritura de Ribeyro parece célebre por centrarse, como también argumentaba el propio autor al desentrañar el título La palabra del mudo, en quienes “en la vida están privados de la palabra, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz”.

Pero conviene insistir en la diversidad: se alternan tanto ambientaciones urbanas, provincianas, rurales, con localizaciones europeas, con personajes indígenas, campesinos, burgueses venidos a menos, terratenientes, niños, ancianos o adolescentes… Ciertamente, entre las cualidades de este excelente escritor destaca el ser capaz de sondear el alma humana y la difícil naturaleza, espiritual y carnal, de sus contemporáneos, y la cercana observación de la impericia de sus personajes para crecer o para buscarse soluciones propias de sinvergüenzas. No faltan las asperezas de la existencia ni el humor comprensivo.

No estará de más repasar la suerte de decálogo que redactó Julio Ramón Ribeyro: el cuento debe narrar una historia que el lector pueda referir oralmente, tras haberla leído de un tirón, que le entretenga, le conmueva, le cree intriga o le sorprenda… o todo eso a la vez, con un solo desenlace, aceptable para quienes leen; el cuento debe estar escrito sin digresiones, enfiladamente, necesita mostrar, apuntar, y no enseñar ni aclarar zafiamente… Y también resulta clásica la excusa humilde de que el propio autor ha quebrantado esos principios en más de un título.

La admiración de otros narradores -compatriotas suyos o no tanto- avala la importancia narrativa de Ribeyro. Tal vez los editores deban incorporar un glosario de términos o modismos para lectores no peruanos.

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