La muerte lenta de Luciana B.

Destino. Barcelona (2007). 213 págs. 19,50 €.

GÉNERO

Poco a poco, las novelas del argentino Guillermo Martínez han ido imponiéndose en el mercado y es probable que la tendencia siga en alza, debido a la reciente versión cinematográfica de Los crímenes de Oxford. La muerte de Luciana B. sigue en buena medida la estela de los títulos anteriores, a saber, una fórmula que combina con habilidad el gusto por la novela policial como enigma, las refinadas alusiones literarias y la configuración de personajes definidos por su extraordinaria inteligencia y su ambigua moral. Martínez parece creer firmemente en los valores de la narración clásica, lo que no redunda ni mucho menos en adocenamiento comercial.

Luciana es una mujer que, en su juventud, hizo trabajos de mecanografía para un famoso escritor, un tal Kloster. Tras la muerte trágica de varios seres queridos, vive en un estado de angustia permanente al creer que todo forma parte de un misterioso y siniestro plan de venganza urdido por el hombre para el que trabajó. Un narrador anónimo (otro escritor que conoce a los dos por separado) cuenta los hechos. Luciana acusa a Kloster de forma convincente en sus diálogos con el narrador y, después, Kloster se defiende con argumentos implacables ante el mismo personaje. Guillermo Martínez maneja con extraordinaria soltura los mecanismos del equívoco, de forma que cualquiera de las dos versiones puede ser cierta. Y, por supuesto, como en toda buena novela policíaca, se impone saltar de la simple intriga a otra clase de consideraciones. La muerte lenta de Luciana B. es, como mínimo, una novela metafísica, una reflexión sobre el poder de la ficción y una parábola sobre el mal en estado puro.

Habría que hablar también del estilo elegante del libro, su construcción elaboradísima y -un detalle no menos importante- el erotismo refinado que emana de alguna escena, a pesar de la abstracción que domina presuntamente la trama.

La muerte lenta de Luciana B. es la novela de mayor peso escrita hasta ahora por su autor. Acaso su formación (es matemático) resulte algo insólita en el mundo de las letras, pero sin duda influye benéficamente en su escritura. Con muy pocos personajes y un número limitado de escenas, se multiplican una serie de posibilidades conforme vamos avanzando en la lectura.

No es otro el secreto del clásico relato policial. Martínez, en un giro borgiano, se sirve de este esquema para construir una novela amena y, al mismo tiempo, con guiños hacia algo que sale del puro entretenimiento.

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