La mesilla de noche

Libros del Asteroide. Barcelona (2007). 239 págs. 17,95 €. Traducción: Juan Sebastián Cárdenas.

TÍTULO ORIGINALO criado-mudo

GÉNERO

En un anticuario de Brasilia se reencuentra una antigua pareja de treintañeros. Ambos tienen ya una cierta experiencia en fracasos y decepciones y, casi sin querer, deciden volver a estar juntos por una temporada. Entre copa y copa, ella le va contando la historia de su tía abuela Guillermina, un personaje aristocrático que llevó una vida errante por los mejores salones de la belle époque parisina. La novela sigue los avatares de esta niña obligada a casarse cuando apenas tenía catorce años con un individuo medio siglo mayor que ella. Cuando ya sea toda una mujer acaba vengándose de su marido. Luego vienen las numerosas aventuras en Europa, trazadas a través de los recuerdos de la sobrina y de la investigación particular de su amante que, incluso, viaja a Francia para documentarse con más detenimiento.

Lo mejor, sin duda, del libro es el bello estilo, casi deslumbrante, con que se rememoran los devaneos de la protagonista. Ciertos pasajes galantes son demasiado propensos a esa exageración que tanto hemos leído ya en García Márquez (y no digamos en Isabel Allende), pero el buen gusto y la contención salvan situaciones que, en otras manos, hubieran caído en el folletín de colores: entre el rosa y el verde más o menos.

Sin embargo, la estructura del libro, tensada en torno a dos voces, la de la sobrina y la de su amante, empieza bien y, poco a poco, va desdibujándose, conforme el interés por doña Guillermina deja de fascinar al lector. En cambio, los dos personajes que se dedican a descubrir secretos de la protagonista siguen intrigadísimos, a pesar de que los datos que van recopilando se repiten con variaciones.

La justificación de tanto libertinaje de Guillermina se encuentra en una remota noche de bodas, bastante traumática al parecer, pero que quizá sea un pretexto demasiado débil para que el personaje resulte verosímil y próximo al lector. Significativamente la investigación (o cotilleo, según se mire), no logra sacar nada en claro de los últimos treinta años de vida. Tampoco ha sido una mujer con sensibilidad artística o vocación política. Y así, al final, resulta que doña Guillermina no ha hecho nada en la vida salvo pasárselo bien mientras el cuerpo le ha aguantado.

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