La última noche

TÍTULO ORIGINALLast Night

GÉNERO

Salamandra. Barcelona (2006). 156 págs. 11,90 €. Traducción: Luis Murillo Fort.

El neoyorquino James Salter (1925), ingeniero y piloto de caza, abandonó el ejército para dedicarse a la literatura, trabajó como periodista, escribió guiones para Hollywood y dirigió películas. Con tan sólo siete obras de narrativa publicadas, ha cosechado numerosos galardones y un prestigio internacional labrado a fuerza de su escritura sobria y depurada, que aplica a asuntos íntimos y cotidianos -un poco en la línea del realismo sucio de Carver, aunque menos profundo-.

Salter no había publicado nada desde 1988, así que se comprende la expectación levantada por «La última noche», un breve volumen de diez relatos, que versan sobre relaciones entre hombres y mujeres. Todos ellos aparecen retratados en ese momento de la madurez donde se hace balance pero aún se mira al futuro, el tiempo de los arrepentimientos, las nostalgias, la búsqueda de una nueva juventud muchas veces por el camino equivocado. El hombre asentado, en la cincuentena, que se cita con su antigua novia que le dice que se ha divorciado y de la que, al despedirse, se da cuenta de que sigue enamorado; el contraste entre la frivolidad de dos treintañeras que narran indolentemente sus aventuras y la amiga oyente, que se muere de cáncer; el adúltero descubierto; el matrimonio que se tiene y cuyo amor se desgasta o el que se tuvo y cuyo amor se añora. Éstas son algunas de las historias que contiene el libro.

Salter no es ningún melodramático, y logra conferir a sus cuentos un realismo vivo y matizado, que va armando con nitidez toda la película del relato en la imaginación lectora. Tampoco es un pesimista gratuito, pero desazona pensar que sólo es novelable la felicidad cuando se pierde: los personajes creen en el amor a toro pasado, cuando se dan cuenta de que ya no lo tienen.

Formalmente, su dominio del tiempo narrativo, la estructura y el tono son propios de un guionista experimentado. Los reparos técnicos cabría ponérselos a su prosa, demasiado funcional: un estilo tan cinematográfico no permite profundizar en la conciencia de los personajes, que es la gran ventaja de la literatura con respecto al cine.

Por otro lado, una cosa es no pontificar y otra no mover siquiera a la reflexión moral: parece como si la desdicha fuera la obra de un destino fatal e inexorable, y no muchas veces la consecuencia de unas concretas elecciones vitales erróneas. Algunas expresiones soeces también resultan decepcionantes. En conjunto, es indudable que se trata de un autor de mérito, con una sensibilidad muy fina para registrar la parte más dolorosa de las relaciones humanas, aunque se echa de menos una concepción más cabal del significado del amor y la familia.

Jorge Bustos Táuler

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