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La invención de Caín

EDITORIAL

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNBarcelona (2015)

Nº PÁGINAS317 págs.

PRECIO PAPEL22,90 €

PRECIO DIGITAL11,39 €


Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 67/15

El novísimo académico Félix de Azúa reordena sus escritos sobre el concepto de ciudad para ofrecer después de quince años una edición aumentada y corregida de su “testimonio literario sobre el fenómeno más global de la modernidad, la aparición de la Metrópoli universal”.

Aunque los textos tienen carácter autónomo, nada en Azúa es casual y leyendo esta obra se pueden identificar los nexos con su trilogía autobiográfica, especialmente con Génesis –mencionada en el prólogo y recientemente publicada–, donde describe el ansia de Caín por fundar un paraíso “humano” sin otra referencia que los recuerdos con los que sus padres evocaban ese otro paraíso perdido. Aquella “invención de Caín” es la ciudad a la que en estas páginas somete a un juicio estético, literario y sociológico.

El modo en que Azúa, confiesa, tomó conciencia de ser parte del mundo fue en la infancia a las afueras de su ciudad, Barcelona, contemplando después de una tormenta cómo una araña tejía su tela, no por el bicho en sí, sino “por el encadenamiento que ligaba la lluvia y el sol con las moscas, la tela, la araña, las babosas”. Un “plexo de referencias” que forma la naturaleza, en contraste con el inventado por el hombre en el que una tela de araña no es más que un síntoma de abandono o descuido que debe ser eliminado rápidamente, al menos si está a la vista.

Quien quiera disfrutar de las ciudades que visita dejando a un lado las guías convencionales, encontrará en Azúa a un buen compañero de Interrail, irónico y en ocasiones injustamente irreverente, con parada en Munich, a la que describe como “pura escenografía, un esfuerzo por escapar, disimular y ocultar su historia” ligada al nacionalsocialismo y en la que se impone el concepto de memoria histórica para consumar tal ocultamiento: “Yo no tengo pasado, porque me doy el pasado que mi voluntad decide en cada momento”. Resulta sobrecogedor el crudo ejemplo del campo de concentración de Dachau, un espacio al que, según Azúa, se ha conseguido vaciar de su significado una vez convertido en visita obligada para los turistas y obligatoria para los escolares alemanes. Paradojas de la postmodernidad.

El lector viajero podrá apearse también en el andén de lugares como París, Nápoles, Salzburgo, Hamburgo, Barcelona, Suiza, Sevilla o Madrid para acabar surcando los canales de la “Serenísima”.

Azúa invita al lector a pensar sobre las ciudades en sus “cavilaciones urbanas”. No todas las ciudades son reales –el Macondo de García Márquez–, ni todas las ciudades imaginadas son ficción –la Nueva York de Woody Allen–. Hay ciudades que se entienden mejor leyéndolas que visitándolas –el Londres de Dickens o el París de Proust– y hay esa común a todos: “el laberinto impenetrable de nuestra interioridad”.

Azúa permite al lector desempeñar el papel de flâneur, en muy diferentes niveles, también en busca del monumento dentro del ámbito urbano, una obra de arte, la arquitectónica, que por lo general no se expone de manera aislada y que la escasa sensibilidad del viandante hace que pase desapercibida. Azúa anima a levantar la mirada para observar con mayor detenimiento las calles de las ciudades, aun a riesgo de golpearse con alguna farola de antaño o con un parquímetro de ahora.

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