La invasión

Anagrama.
Barcelona (2006).
194 págs.
20 €.

GÉNERO

Ricardo Piglia pertenece a esa categoría, a veces un poco esotérica, de los escritores «de culto». Saltó a la fama en su país, Argentina, con «Respiración artificial» (1980), una novela que enmascaraba el drama de los desaparecidos mediante un sofisticado juego de intrigas y guiños metaliterarios. Más tarde, prosiguió con su receta experimental en otra obra todavía más hermética, «La ciudad ausente», y, por último, se decidió por la narrativa de serie negra con su última y tercera novela, «Plata quemada»… Piglia se quemó por la plata, podría decirse, porque esta novela, burda y comercial, ganó en su día el premio Planeta en su versión argentina. Como ensayista es autor de libros llenos de un material reflexivo bastante heterogéneo, donde no faltan observaciones agudas sobre literatura argentina y universal.

Ahora aparece este libro de cuentos, publicado por primera vez en 1967 y nunca reeditado, al menos con este título. De entrada el valor de esta edición residiría en que vendría a rellenar un hueco entre la bibliografía española de Ricardo Piglia, bastante actualizada en los últimos años. En el prólogo, que borgianamente inserta su autor, éste se demora en analizar y juzgar las cualidades y los temas de cada uno de los cuentos escritos por él. Algunos de ellos han sido reescritos. Con clarividencia, Piglia anota: «No me parece que un escritor escriba mejor a medida que avanza o que mejore con los años (a menudo es más bien al revés)». No sé si ha habido mucha reescritura en el que abre la colección, «El joyero», pero llaman la atención las oraciones torpemente trabadas o las rimas, probablemente involuntarias, en medio de la prosa. Para ser justos, otros cuentos tienen una altura, estilística y argumental, muy superior. «Las actas del juicio», que Piglia en el prólogo considera con razón el mejor de todos, refiere con fuerza dramática el asesinato de una figura clave de la historia argentina del siglo XIX, el general Urquiza.

Quizás el problema principal del libro, y de Piglia en conjunto, se encuentre en su empeño demasiado evidente de «hacer literatura» de toda la realidad sin un instrumental suficientemente poderoso como para convencer al lector de que no estamos asistiendo a un alarde pirotécnico.

El último cuento del libro presenta a un «alter ego» del autor, Renzi, un intelectual melancólico y vagamente izquierdista, que protagoniza o, en algún caso, hace fugaces apariciones en las novelas de Piglia. Aquí el personaje sigue las huellas del suicidio de Cesare Pavese en Turín. El texto, con tono más ensayístico que narrativo, explica los pormenores del triste fin del autor italiano, al mismo tiempo que alude al conflicto personal del investigador. Renzi, según parece, también está tentado por el suicidio a causa de un desengaño amoroso, pero al final no se decide a dar el paso. Tanto divagar sobre la muerte de Pavese ha convertido a ésta en un «tema» literario, lo que a la postre, permite a Renzi-Piglia contemplar todo desde la barrera, con la íntima satisfacción del intelectual que se complace en mirarse el ombligo. Pero es justamente esa sublimación de la literatura por sí misma lo que satura en Piglia como escritor, y no en sus maestros, llámense Pavese, Borges o tantos otros.

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