La hora de la salida

L'Heure de la sortie

TÍTULO ORIGINALLHeure de la sortie

GÉNERO

Anagrama. Barcelona (2004). 324 págs. 17 €. Traducción: María Teresa Gallego.

Cerca de Tours, en el centro de enseñanza de Clerval, un profesor acaba de suicidarse delante de sus alumnos. Poco tiempo después, otro profesor, Pierre Hoffman, el narrador, ocupa su puesto. Pierre intenta explicarse el porqué de la muerte de Éric Capadis, un joven profesor de geografía e historia que no había dado señales de alarma ni en su entorno ni en el instituto.

El narrador, Pierre, desea retratar la vida del instituto: el cansancio de los profesores, de los alumnos y del sistema educativo. Y lo hace con una actitud muy despegada y sarcástica, evitando en todo momento que sus opiniones y lo que cuenta adquieran un protagonismo que puede desviar la atención del lector de lo que traman sus extraños alumnos. Distante, crítico, inteligente, escéptico, Pierre mira la sociedad desde la barrera, lo que le lleva a juzgar de manera muy fría su vida personal, la relación que tiene con sus padres y con su hermana (con ciertos detalles morbosos) y sus contadas amistades, pues lleva una vida solitaria. La misma apatía crítica aparece a la hora de describir el ambiente del instituto y los encuentros con el resto de profesores: «La mayoría de los profesores del centro eran transparentes y de un conformismo inquietante para ser personas que, supuestamente, debían transmitir las virtudes de la mentalidad crítica». A golpe de secuencias, la novela avanza sin que sepamos muy bien a dónde quiere llevarnos el autor, pues no se trata de una novela de intriga, ni de terror, ni costumbrista, aunque tiene de todo un poco.

Quizás, para que la novela tenga un enganche narrativo, se introduce la intriga en torno al grupo de alumnos a los que Pierre imparte clases. A todos les rodea una actitud hipnótica, una violencia soterrada y una amistad quizás enfermiza; el misterio de ese grupo se aclara en parte al final de la novela, con un sorprendente desenlace. Cuando describe las reacciones de los alumnos, la novela adquiere un tono de pesadilla, con escenas que se aproximan al terror psicológico, siempre mostrado de manera leve pero inquietante. Poco a poco esa sensación es cada vez más opresiva.

Lo que más llama la atención es el retrato que se hace de un tipo de personas que, como el narrador, asisten sin ninguna pasión al espectáculo de la vida, sin implicarse en nada, víctimas de un exceso de egoísmo y subjetivismo que paraliza hasta los más nobles sentimientos. Y todo ello en un contexto tan real como las aulas de un instituto, donde la sensación de sobrevivir, tanto de los profesores como de los alumnos, y la completa ausencia de idealismos define a la vez a una sociedad que camina hacia la deriva sin que nadie parezca darse cuenta o tenga fuerzas para parar ese desmoronamiento. No se trata ciertamente de un mensaje positivo, pero lo que se cuenta es real y significativo, una desasosegante radiografía de un microcosmos tan peculiar como es un centro de enseñanza que sirve para describir, bajo el terror, un desquiciado estado de ánimo colectivo.

Adolfo Torrecilla

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