La fiesta vigilada

Anagrama. Barcelona (2007). 239 págs. 17 €.

GÉNERO

Aunque el diseño de la colección y el texto de la contratapa digan lo contrario, La fiesta vigilada no es una obra de ficción, ni siquiera un relato propiamente dicho. En apariencia empieza contando la historia de un escritor cubano sin nombre que siente en su propia carne el peso de la censura y la imposibilidad de salir de su país. Pero cada capítulo que sigue al anterior desmiente que haya un hilo narrativo: en uno habla de la agonía de su abuela, en otro de los recuerdos de una estancia en Oporto, en el siguiente hace una reseña de Nuestro hombre en La Habana… La impresión general es la de un texto atomizado y anticonvencional que requiere un tipo de lector particular. Para empezar, ese lector debe estar familiarizado con la historia y la literatura cubana de los últimos cincuenta años, debido a la multitud de alusiones que cruzan por todo el libro. Después ha de practicar un tipo de lectura tan fragmentaria como la que ha ejecutado el escritor a la hora de terminar su libro.

Ponte escribe con una sequedad de estilo que poco tiene que ver con el barroquismo abrumador de los maestros cubanos del siglo XX: Carpentier, Lezama Lima, Cabrera Infante o Sarduy. Con todos ellos comparte los alardes de erudición, el gusto por las constantes referencias culturales. Sin embargo, su prosa carece del encanto que tiene un Carpentier; y sus divagaciones (que son muchas) no tienen la profundidad de un Lezama Lima. Cuando en un par de capítulos analiza Nuestro hombre en La Habana, sus comentarios resultan triviales y parece forzada la relación que pretende establecer entre la deliciosa novela de Greene y la endeble acción de La fiesta vigilada. ¿Qué parentesco real existe entre uno y otro libro? Es curioso que el autor ponga por las nubes la trama de este pequeño clásico de la intriga para después elaborar él mismo un producto tan soporífero, tan absolutamente despojado de interés narrativo. Mucha, muchísima paja y poca sustancia.

El libro quiere denunciar las torpezas e iniquidades de un Estado represor sobre un intelectual que de verdad quiere ser libre. Las alusiones autobiográficas son transparentes y hasta aquí su intención parece buena. Pero la voluntaria desorganización de sus contenidos, la pesadez de su estilo y el escaso vuelo de sus comentarios hacen fatigosa su lectura, cuando no desesperante.

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