La constitución de Europa

Trotta.
Madrid (2012).
125 págs.
15 €.
Traducción: varios traductores.

TÍTULO ORIGINALZur Verfassung Europas. Ein Essay

Se ha convertido en un tópico advertir que la UE necesita “más política y menos economía”, pero Habermas lleva años insistiendo, con más profundidad, en la necesidad de reconfigurar institucional y políticamente lo que hasta ahora solo es una unión económica y monetaria. No le falta razón, en cualquier caso, al afirmar que las deficiencias de la construcción europea se hacen más palpables en un momento como el actual. Por ello mismo, denuncia como simplista buscar soluciones cortoplacistas y económicas a un problema político de mayor envergadura.

La decantación economicista de la UE ha desvirtuado el proyecto europeo, pero sobre todo ha originado un déficit democrático. La ciudadanía es la más desplazada en la toma de decisiones que o bien se encuentran en manos de los comités de expertos o bien se toman al amparo de un Consejo Europeo en el que sigue primando el interés nacional.

Por el contrario, Habermas percibe la UE como un importante paso en el camino hacia una comunidad cosmopolita democrática en la que paulatinamente los intereses particulares dejen paso a unos más universalistas. Una comunidad política mundial es hoy una posibilidad más real que nunca, gracias a la globalización y el mayor flujo comunicativo que ha erosionado el protagonismo del Estado-nación.

Pero existen rémoras a este desarrollo postnacional. De un lado, el mercado se opone obstinadamente y por principio a las posibles reivindicaciones políticas de una sociedad civil que quiere domesticar la economía; de otro, la lógica del poder administrativo, burocratizado y anquilosado, está cada vez más separada de la dinámica de un entramado cívico formado por ciudadanos responsables.

La apuesta de Habermas por la política se basa en una confianza ciega en “la capacidad de autodeterminación democrática” de la sociedad, que permite corregir las desviaciones tecnocráticas o economicistas del poder con la fuerza de los intereses comunes de los ciudadanos. Esto puede conllevar también sus riesgos: pese a que Habermas parte de un modelo de agente racional y de una situación de comunicación idealizada, ¿cómo diferenciar los intereses universales y bienintencionados de los particulares y poco solidarios?

Con independencia de si se está o no de acuerdo con este discurso, conviene llamar la atención sobre la conexión que Habermas establece entre los derechos humanos y la sociedad cosmopolita, entre el universalismo de los primeros y la universalidad e inclusividad de la segunda. En este sentido, el primer texto de este libro, “El concepto de dignidad humana y los derechos fundamentales”, es uno de los ensayos de divulgación más importantes de este pensador. En él desarrolla la idea de la dignidad humana, recupera su valor jurídico-moral y sostiene que ésta, por un lado, fomenta la indisolubilidad de los derechos humanos (sin jerarquizaciones ni generaciones) y, de otro, posibilita que los principios de la moral penetren en el derecho positivo y, por tanto, se hagan exigibles jurídicamente. De ahí que considere un éxito la institucionalización de la dignidad humana en las constituciones nacionales y en los tratados internacionales.

Aun reconociendo la diferencia que existe entre el reconocimiento legal de los derechos humanos y su cumplimiento efectivo, para Habermas es precisamente esa pugna entre lo ideal y lo real lo que permite mantener una perspectiva dinámica y progresiva de la política.

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