Inés y la alegría

Tusquets. Barcelona (2010). 712 págs. 24 €.

GÉNERO

Jesús Monzón, responsable en Francia del Partido Comunista de España al finalizar la guerra civil, reconstruyó el PCE en ese país creando las bases de las que luego fueron las Agrupaciones Guerrilleras Españolas. En el otoño de 1944 impulsa y organiza el intento de invasión del Valle de Arán por varios miles de comunistas españoles. La intentona fue fácilmente desbaratada por el ejército español, siendo Monzón detenido en el interior de España en 1945.

Estos hechos constituyen el fondo de la última novela de Almudena Grandes. La joven Inés, harta del clima agobiante y gazmoño de su conservadora familia, se muestra partidaria de los nuevos aires traídos por la República. Durante la guerra colabora con el Frente Popular, por lo que a su término es recluida en un convento y humillada por los vencedores. Un día escapa y se une a la partida que va a emprender la invasión de España. Con su persona alegra la vida del capitán Galán y con sus guisos la de su esforzada tropa. Tras ser abortada la operación, vive con Galán en Francia, donde ambos siguen al servicio del Partido, entre desengaños políticos y satisfacciones familiares. La narración alterna los puntos de vista de Inés y de su amante (luego marido), e intercala cuatro grandes fragmentos en tercera persona que enmarcan históricamente los hechos.

La novela se presenta como cabeza de una serie sobre la “resistencia antifranquista”, con los Episodios Nacionales de Galdós como modelo. Como Galdós, Grandes mezcla hechos reales y novelescos y personajes históricos con criaturas de ficción. A diferencia de aquel, sus volúmenes van a ser, parece, mucho más extensos. Y, si en el liberal Galdós apreciábamos cierta parcialidad política, aquí ese aspecto aparece agigantado hasta extremos de vergüenza ajena. Los guerrilleros comunistas son auténticos caballeros románticos, generosos, bromistas, con un olor salvaje y sensual (Almudena Grandes tiene una rara maestría para este tipo de pormenores), y la fe en la vida se sobrepone a las derrotas; al otro lado, sólo muchachas reprimidas y lujuriosos vergonzantes, en un triste ambiente de miedo.

Junto a todo ello, la consabida caricatura de Franco como el idiota con suerte al que unos llevaron en volandas hasta la victoria y otros apuntalaron en el poder hasta su muerte. Por si fuera poco, la autora cede a la tentación de explicarnos el chiste en las últimas páginas, donde nos dice cómo ha tratado de salvar del olvido (piadoso olvido, podríamos añadir) a estos héroes, a quienes, según ella, tanto debe la actual democracia española. Broma macabra que tiene su correlato en la narración con un Franco que pierde los nervios ante “la mayor crisis de su gobierno” y admira la inteligencia de Pasionaria. Como muestra, baste.

Hechas estas salvedades, es justo decir que la novela posee una gran dignidad literaria. La narración llega a resultar apasionante, sobre todo en la primera mitad, y la calidad de la prosa, notable, no decae. El tono épico con que se narran las vicisitudes de los dirigentes comunistas en el exilio llega a recordar algunos pasajes de Víctor Hugo sobre la Revolución, donde el genio del narrador transfigura a unos fanáticos peligrosos en paladines de la humanidad. Las operaciones de la guerrilla en la montaña no desmerecen de un buen thriller, y uno piensa a veces en Pérez-Reverte, de cuya resurrección del folletín parece aprovecharse aquí Almudena Grandes. Tal vez contribuya a ello el lenguaje cuartelero, que está en su sitio, aunque personalmente le habría agradecido que se ahorrase las blasfemias. Molesta también la brutalidad en las referencias a comportamientos sexuales, pero este es un rasgo al que la creadora de Lulú no parece dispuesta a renunciar. Con todo, se muestra más comedida que en sus primeros títulos.

Si se prescinde de la intención política de la obra, nos encontramos con una estupenda historia en torno a dos desarraigados que en circunstancias azarosas conocen el valor de la gratitud, del perdón y del amor. Inés pasa de una idea superficial de la libertad (tomar copas como los hombres, volver tarde a casa con los amigotes, ser infiel en público y “conquistas sociales” por el estilo) a “cocinar por amor” para Galán y sus muchachos (la buena cocina adquiere un simbolismo humano interesante) y a ser apoyo y aliento de su esposo en momentos duros. Este amor, junto con la fidelidad inquebrantable a la causa (“Dios, qué buen vasallo…”, piensa uno) es el fundamento de la “alegría” que da título a la novela. Que, quién lo iba a decir, acaba conformada como un relato edificante, con los buenos triunfando y los malos aprendiendo la lección.

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