Hijos del paraíso

Miguel Aranguren

GÉNERO

Martínez Roca. Barcelona (1999). 285 págs. 2.200 ptas.

Frecuentemente se acusa a los escritores actuales de vivir ensimismados en su yo creativo y de no afrontar, con profundidad, aspectos claves de la cultura y la sociedad contemporáneas. Así, el análisis del mundo que hacen se reduce a los problemas psicológicos, sexuales y a flor de piel del autor de turno, que se presentan como las grandes cuestiones de nuestro tiempo.

Desde esta perspectiva, resulta atractivo, por su novedad, Hijos del paraíso, tercer libro de Miguel Aranguren, que había publicado con anterioridad Desde un tren africano y El mirador del valle (ver servicio 99/95). Aranguren, que trabaja en la fundación de ayuda humanitaria Codespa, sirviéndose de su experiencia en esta materia transforma en literatura sus inquietudes y las vidas de personas volcadas en la solidaridad.

Tres historias forman el libro. La primera transcurre en el lago Turkana, en Kenia, a donde va a parar una enfermera madrileña. En la segunda, tres ingenieros de Zaragoza construyen en un pueblecito de los Andes, con la colaboración de los habitantes, una presa que proporcione energía eléctrica. La tercera narra la llegada a Bombay de una joven monja española que desea llevar a la plenitud su entrega a Dios. Las tres historias nacen del conocimiento directo del autor de las actividades solidarias y de evangelización que realizan distintas organizaciones.

Llama la atención el realismo, nada edulcorado, que impregna las tres historias y que sortea el peligro de caer en la sensiblería. No encontramos aquí los ecos de ese turismo solidario, circunstancial y epidérmico, que se ha puesto de moda en algunos ambientes. Para Miguel Aranguren, la auténtica solidaridad no se reduce a proporcionar ayuda para cubrir urgentes carencias materiales -lo que no es poco-, sino que pasa por el reconocimiento de la dignidad humana de los beneficiarios. Aunque en ocasiones se roce lo melodramático, como sucede en la primera historia con el flechazo amoroso de la protagonista, el autor prefiere que sean los hechos los que expliquen las cosas. Para ello, no oculta las dificultades, ni las dudas, ni los numerosos interrogantes que se abren cuando se analizan las injusticias sociales.

Los libros de Aranguren poco tienen que ver con lo que escriben los autores jóvenes más divulgados. Su intención, sin estridencias ni tergiversaciones ideológicas, es recuperar la sintonía moral del escritor con la realidad que le ha tocado vivir. Y Aranguren no traduce esto en amargura ante el lado oscuro y turbio de las cosas. Para él, la literatura debe contribuir a potenciar los valores emergentes de esta sociedad de fin de siglo. La solidaridad, sin lugar a dudas, es uno de ellos.

Adolfo Torrecilla

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