Visor. Madrid (2004).115 págs. 6 €.
Con este libro, Carlos Marzal ha ganado el XVI Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe. Lo primero que llama la atención es que frente a la abundante poesía narcisista, ensimismada y más bien pesimista, predominante en buena parte de la lírica española reciente, Marzal ofrece un canto a la vida, por lo menos a la del tiempo que ocupa cada uno en su aquí y ahora, con atisbos de apertura al misterio y a la trascendencia, aunque tal vez su punto de vista esté más próximo a cierto epicureísmo sereno y moderado que a la esperanza cristiana.
Los motivos del canto son muy variados, con frecuentes referencias a la naturaleza (un paisaje, un árbol, un atardecer) o a personas queridas, como en el magnífico poema «La pequeña durmiente», o a los menudos objetos cotidianos, como un trozo de pan, una copa de vino o una reunión familiar. El poeta universaliza sus observaciones y evocaciones y plantea al lector las grandes cuestiones de siempre: el conocimiento, la temporalidad, el amor, el sentido de la vida, la muerte
Y esto con un estilo reposado, elegante, de deslumbrante precisión y musicalidad (abundan los endecasílabos), con una notable variedad de imágenes, de juegos conceptuales, de figuras literarias; un canto al que no le sobra ni le falta nada. En libros anteriores, Carlos Marzal ya apuntaba alto, pero me parece que en éste ha alcanzado el nivel de los grandes poetas, cuando tradición y originalidad se armonizan y dejan poso. Poesía emparentada con los clásicos griegos, latinos y castellanos, pero también con autores más recientes como Jorge Guillén, Claudio Rodríguez o Francisco Brines. Un libro que ayuda a descubrir algo grande y misterioso y bello a través de lo cotidiano.
Luis Ramoneda