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Esta es tu casa, Fidel

EDITORIAL

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNMadrid (2024)

Nº PÁGINAS137 págs.

PRECIO PAPEL18,90 €

GÉNERO

“Esta es tu casa, Fidel” era el enunciado impreso en unas pequeñas placas metálicas rojinegras que los cubanos colocaban en las puertas de sus viviendas, ya en los primeros días de la Revolución. Era una suerte de profesión de fe, un “aquí comulgamos ciento por ciento con lo que diga el Comandante”.

En casa del joven cineasta Carlos D. Lechuga, autor de la obra homónima, había motivos para comulgar bastante más: su abuelo, Carlos Lechuga, embajador del gobierno de Castro ante la ONU e interlocutor ante el gobierno de J. F. Kennedy durante la Crisis de los Misiles (1962), tenía una residencia en el mejor barrio de La Habana, dos coches, un yate y una mesa bien surtida que con frecuencia compartía con revolucionarios de la vieja escuela, quienes se reunían allí para rememorar incidentes felices en los que habían estado cerca del Comandante en Jefe, o para inventarse anécdotas derivadas de esa presunta proximidad.

En un ambiente de cierta riqueza material y de privilegios extraños a la inmensa mayoría de los cubanos, era fácil creer y apoyar a quien los procuraba, por lo que tener a Fidel cerca alguna vez se convirtió para Carlos en un deseo irreprimible desde su infancia –“¡Fidel Alejandro Castro Ruz! ¡Fidel Castro Ruz! ¡Fidel!”–.

Hoy radicado en España, Lechuga publica un libro de vivencias, algunas rocambolescas, raras, cuasificticias para lectores de otras partes del mundo, pero perfectamente reales y creíbles para quienes hemos nacido en esa isla; episodios que ayudan a comprender cómo un “nieto de la Revolución” fue transitando de una actitud de idolatría hacia el líder –“cuando era pequeño esperaba con ansias que mi abuelo muriera para ver si Fidel se aparecía en el entierro”– a un desengaño que lo llevó a poner mar de por medio con su casa en La Habana, años después de dirigir un filme –Santa y Andrés, 2016– en el que criticaba las medidas del gobierno de Castro contra intelectuales y artistas vigentes desde la década del sesenta y que se tradujeron en separaciones familiares, destierros, ostracismo, cárcel…

Sin proponérselo, Lechuga, el “querido nieto del embajador”, se metamorfoseó repentinamente –a ojos del aparato gubernamental de Interior y Cultura– en un “gusano”, metáfora predilecta del oficialismo para denigrar a sus adversarios. A Fidel “había que cuidarlo”, sentenciaban los jerarcas, y él, con su obra, lo estaba insultando. Por eso ya aparecía señalado en redes sociales como “un agente de la CIA pagado para desestabilizar al gobierno”. Por eso también recibía visitas de agentes de la Seguridad del Estado que venían a “ayudarlo”, y se sabía vigilado en la calle. Tanta “atención” por parte del gobierno terminó instalando el miedo en su mente, y fue por miedo, no por aquella antigua admiración al líder, que acudió a firmar el libro de condolencias cuando este murió, en 2016.

Por esta viva narración de trozos de su vida ligados al devenir del país, el libro de Lechuga es intenso, crudo, sin complacencias. En sus historias retrata con severidad a varios de sus familiares que entonaban las loas del comunismo mientras vivían como auténticos burgueses que se deleitaban con Elle y Paris Match. También intenta hacer justicia a su madre y su abuela, desplazados por el embajador del círculo de sus elegidos; y otro tanto a sus vecinos pobres, y a quienes han salido a reclamar derechos y han sido apaleados, a los exiliados, a los forzosamente silenciados…

“El niño que amaba a Fidel” ha muerto. Lo han matado, escribe Lechuga desde el desarraigo del exilio, lejos de su madre, de sus cosas, de su casa… Porque no: la casa en que vive en España no es suya. Pero tampoco –felizmente– de Fidel.

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