Epístola moral a Fabio

Andrés Fernández de Andrada

GÉNERO

Crítica. Barcelona (1993). 143 págs. 850 ptas.

Cuando uno se deja guiar, como única medida, por la rabiosa actualidad, corre el peligro de perder las referencias culturales y de desconectar con la tradición literaria, con el poso cultural. Pero cualquier persona que desee formarse culturalmente con un mínimo de calidad, debe echar mano de la fuente inagotable de los clásicos.

Por eso hay que felicitar la iniciativa de la editorial Crítica de dedicar una colección a los clásicos españoles. La reciente Biblioteca Clásica se compondrá de 111 volúmenes, una cuidada selección de las obras fundamentales de la literatura española. De los libros previstos, cerca de 80 abarcan desde los orígenes hasta los inicios del siglo XVIII. Los últimos pertenecen al realismo.

Los libros publicados hasta ahora muestran con rigor el estado actual de los estudios sobre cada autor, a la vez que incorporan unos complementos filológicos y todo tipo de anotaciones con la idea clara de no entorpecer la lectura. Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones, el aparato crítico podría haberse aligerado, pues hoy día, a poco que se anime el estudioso de turno, es difícil leer un clásico sin el constante bombardeo de las llamadas, anotaciones, notas a pie de página y señales que remiten a un estudio complementario final, que remite a su vez a una extensa bibliografía sobre el tema, que remite…

Epístola moral a Fabio, del capitán Andrés Fernández de Andrada, fue escrita a principios del siglo XVII siguiendo la tradición del género epistolar, que se había asentado y difundido en España durante el siglo XVI, por influencia sobre todo de Petrarca. Adoptando una actitud estoica y cristiana, Fernández de Andrada intenta recriminar a Fabio su frívola actitud vital para que no malgaste sus energías y su tiempo persiguiendo con desmedido ahínco los privilegios cortesanos.

Con estos versos de sabio sentido común empieza la Epístola…: «Fabio, las esperanzas cortesanas / prisiones son do el ambicioso muere». A continuación, el autor le propone un cambio de vida para que se conduzca por el camino gradual de la virtud, camino que intenta recorrer el propio autor. Los versos finales son una invitación a una vida mejor, más completa y serena: «Ya, dulce amigo, huyo y me retiro / de cuanto simple amé: rompí los lazos. / Ven y sabrás al grande fin que aspiro, / antes que el tiempo muera en nuestros brazos».

La edición utilizada es la que realizó Dámaso Alonso en 1978. A la vez, incluye un estudio preliminar de Juan F. Alcina y Francisco Rico. Pocos datos se tienen de Fernández de Andrada, sevillano, culto y militar de profesión. Pero, si los hubiera, no añadirían nada a la exigente calidad literaria de un texto en el que brilla de manera especial su estilo diáfano. Como dice Dámaso Alonso, «todo cayó en su sitio justo y con las palabras precisas y exactas que lo tenían que decir».

De esta colección se han editado, por ahora, El Cantar del mío Cid; Poesías, de Jorge Manrique; La vida del Buscón, de Quevedo; Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, y El sombrero de tres picos, de Pedro Antonio de Alarcón. Buenos compañeros para seguir el consejo de Fernández de Andrada: «Un ángulo me basta entre mis lares, / un libro y un amigo, un sueño breve, / que no perturben deudas ni pesares».

Adolfo Torrecilla

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