El trabajo de los profesores

Eunsa. Pamplona (2008). 111 págs. 11 .

El profesor Isaacs tiene una dilatada experiencia en formación de profesores y en el desarrollo de las virtudes humanas. En esta ocasión aúna las dos facetas y piensa en cómo formar a los profesores en virtudes. Se centra en tres: La justicia, la comprensión y el optimismo. Resulta patente que no han sido elegidas al azar. Además, es imposible mejorar en una virtud sin que eso produzca un efecto positivo en otras.

Teniendo en cuenta la confusión que hay en el uso del vocabulario al tratar de la persona humana, Isaacs va precisando qué entiende al usar un término. Ofrece la siguiente definición sobre la educación: “Significa formar el uso de la recta razón y de la recta voluntad en el educando.” En educación no basta la buena voluntad, es preciso que nuestro conocimiento se ajuste a la realidad.

Hay otra frase con la que sintetiza bien lo que piensa: “La exigencia sin comprensión es inhumana. La comprensión sin exigencia es incompleta.” El optimismo del profesor, dice Isaacs, se apoya tanto en sus propias posibilidades como en las del educando. Ni el optimismo ingenuo, basado en una concepción trasnochada del hombre, ni la amargura de quienes sólo ven lo negativo en las personas que tienen a su cargo.

Centrada la dimensión antropológica de la educación, resulta fácil avanzar. Para vivir la justicia el autor señala diversos requisitos en el profesor: que domine la materia que imparte, que conozca y viva el ideario del centro en el que trabaja, que desarrolle con competencia las tareas encomendadas, etc.

Para ejercitar adecuadamente la comprensión, el profesor necesita considerar a cada alumno como un ser irrepetible y con dignidad en sí mismo. Destaca el ejercicio de la labor de escucha, observación y compresión de los hechos. Isaacs no debe considerar sencillo conocer bien a un alumno, pues dedica varias páginas a la tarea de contrastar y verificar la información recibida; las primeras impresiones no siempre son certeras. Subraya la importancia de desarrollar la empatía, esa capacidad de ponerse en el lugar del otro. Comprensión, dice Isaacs, no significa juzgar; especialmente si no nos corresponde realizar esa labor.

El optimismo del profesor no radica ni en ignorancia de los problemas ni en la ingenuidad. El autor hace una interesante distinción entre problemas y limitaciones. Los primeros se pueden resolver con habilidad, las segundas ordinariamente requieren ser aceptadas.

Si el optimismo se apoya en una visión de la vida en la que el máximo logro es el éxito, no está claro que pueda ser permanente. Si reside en conocer y aceptar la misión que tengo en la vida, es lógico que el planteamiento dependa más de mí que de los demás. Pero el fundamento permanente para una visión de la vida optimista de modo constante, radica en saber que “Dios espera de cada uno de nosotros algo que no puede aportar otra persona”.

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