El mal de Montano

Enrique Vila-Matas

GÉNERO

Anagrama. Barcelona (2002). 316 págs. 16 €.

Poco tiempo después de publicar Bartleby y compañía (ver servicio 42/00), su última novela, Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) afirmaba en una entrevista: «Me atrae en estos momentos un género que -como Los anillos de Saturno de Sebald o Microcosmos de Magris o El arte de la fuga de Pitol- mezcla la narración con la experiencia y la realidad traída al texto como tal, algo así como el tejido de un tapiz que se dispara en muchas direcciones: materia ficcional, documental, autobiográfico, ensayístico, histórico, epistolar, libresco…» (El Cultural, 10-V-2002). El mal de Montano, último premio Herralde de novela, es una fiel plasmación de estos anhelos narrativos. Se trata de un texto que se dispara en múltiples direcciones, y que, como Bartleby y compañía, se presenta como un desquiciado homenaje a la gran literatura.

Si la imagen del oficinista Bartleby le sirvió a Vila-Matas para reflejar las consecuencias del bloqueo literario, Montano, uno de los nombres que utiliza el narrador, es la etiqueta para definir la enfermedad de un escritor que vive obsesionado por los libros y que tiene «la manía de verlo todo desde la literatura». El narrador, Rosario Girondo, o Montano, ofrece su vida para luchar contra «el fin de los libros, el triunfo de lo no literario y de los escritores falsos». En esta tendencia resume el devenir de la literatura contemporánea, sobre todo en España, donde se ha instalado «una especie de realismo castizo del siglo XIX» que supone un flagrante desprecio por el pensamiento.

Con su habitual experimentalismo, estas ideas aparecen desperdigadas en un texto que combina constantemente los géneros, la ficción y la realidad. Si la primera parte está concebida como un relato de ficción en torno al «mal de Montano», la segunda es una especie de diccionario literario donde Rosario Girondo comenta el mundo sirviéndose de sus escritores de diarios favoritos. Tanto desde el plano estructural como estilístico, Vila-Matas plantea una escritura en rebeldía contra «el soporífero realismo español».

Otra vez la erudición libresca empapa estas páginas, repletas de citas literarias, donde aparecen y desaparecen los escritores preferidos de Vila-Matas: Kafka, Pessoa, Walser, Beckett, y también algunos españoles o hispanoamericanos con los que Vila-Matas tiene una especial sintonía, como Justo Navarro, Rodrigo Fresán, César Aira, Juan Villoro y el ya citado Pitol. En muchos momentos, parece que el lector se encuentra ante un testimonio autobiográfico, aunque Vila-Matas prefiere el término, más abierto, de autoficción: ni biografía ni ficción pura, o al revés.

Como ya sucediera con Bartleby y compañía, la apuesta literaria es arriesgada y minoritaria. Pero Vila-Matas es partidario de correr estos riesgos. Desde sus inicios, su literatura ha tenido siempre un carácter original, experimental, poco complaciente con las modas o con las ventajas que supone escribir al modo realista. Como ya es habitual, vuelven a aparecer su sentido del absurdo, su radical sentido del humor, sus disparatados diálogos, sus juegos metaliterarios, esas situaciones irremisiblemente kafkianas y unos personajes excéntricos, como el propio Girondo o Montano, a caballo entre el exceso de literatura y la demencia, que forman ya parte de las señas de identidad de la obra narrativa de Vila-Matas.

Adolfo Torrecilla

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