El hilo que une puede leerse como continuación de Fuego y agua (2019), el libro en el que el periodista de origen iraní Sohrab Ahmari cuenta la historia de su conversión. En aquel relato, Ahmari, quien fue jefe de opinión del New York Post, testimoniaba no solo su respuesta al llamado de la gracia sino también el modo en que el catolicismo llenó el vacío de orden, sentido, justicia y continuidad con el que fue educado en un entorno cultural relativista y superficial.
Ahora que es padre, confiesa en la introducción, tiembla “ante la perspectiva de que mi hijo crezca en un orden [social] que no erige barrera alguna que limite sus apetitos individuales”. En esta tesitura, ¿cómo transmitir “el valor de los ideales permanentes frente a una cultura que le dirá que lo más nuevo también es lo mejor, que todo es negociable y se ciñe a un contrato y al consentimiento? (…) ¿Cómo refuerzo ese frágil hilo que une a mi hijo con una vida de obligaciones y responsabilidades humanas?”.
La respuesta la ofrece en doce extensos reportajes sobre ideas y personalidades que exploran la posibilidad de que el pensamiento contemporáneo se equivoque en aspectos cruciales de la existencia: los valores y el significado, la razonabilidad de la fe, la vivencia del tiempo, el sinsentido de una espiritualidad sin normas ni rituales, la responsabilidad social de la Iglesia, la ayuda de la política en la búsqueda de bienes sustantivos, la piedad filial, el modo correcto de pensar por uno mismo, el propósito de la libertad, la banalización del sexo como actividad privada, la importancia del cuerpo en la consideración de la persona, y el sentido de la muerte.
A primera vista, el texto de Ahmari puede no ser novedoso. Al fin y al cabo, hay muchas obras que presentan los fundamentos de la fe cristiana o de la tradición moral de Occidente. Lo que hace de su lectura una experiencia intelectualmente estimulante, a la par que narrativamente intensa, son tres detalles.
El primero es el modo en que Ahmari enraiza el recorrido del libro en una preocupación paternal, pues pone sobre la mesa el desconcierto de muchos padres que, hoy, no saben cómo ni por qué prohibir o recomendar acciones y gestos a sus hijos. El segundo tiene que ver con el enfoque del texto, en diálogo constante con los modos de pensar dominantes. El tercero, por fin, es la originalidad de Ahmari tanto en la elección de personajes como en la exposición de sus historias.
Traer a colación a C. S. Lewis o a Agustín de Hipona puede ser predecible en un libro de estas características. Abordar sus enseñanzas a través de la trilogía cósmica –y no con La abolición del hombre, en el caso de Lewis– o de la biografía de Peter Brown –y no con Las confesiones, en el caso de Agustín– es un movimiento que sorprende al lector.
Asimismo, elegir al rabino y teólogo judío Heschel, al matrimonio de antropólogos Turner, al pastor y activista afroamericano Howard Thurman, al político William Gladstone o a la feminista Andrea Dworkin para hablar de la sacralidad del sábado, la importancia del ritual, la acción social, el pensamiento riguroso o la responsabilidad sexual, en cambio, contribuyen a trazar historias ricas que, al final, enseñan que la sabiduría de la tradición es capaz de tocar e iluminar muchas más vidas de lo que sus críticos seguramente estén dispuestos a admitir.