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El embrujo de Sanghai

Juan Marsé

GÉNERO

Plaza & Janés. Barcelona (1993). 192 págs. 1.950 ptas.

La trayectoria literaria de Juan Marsé le sitúa dentro de un peculiar realismo social y crítico que poco tiene que ver con el realismo comprometido y panfletario que se cultivó durante la década de los 50. Los rasgos narrativos más destacados son la recreación de ambientes populares barceloneses de la España de la posguerra, los amores imposibles -y, a menudo, escabrosos- y el sentimiento del fracaso.

Su última novela, El embrujo de Shanghai, es una buena muestra de su habilidad narrativa. El escenario es el mismo de siempre: los barrios del Guinardó y del Carmelo barcelonés, años 1948-51, con claras resonancias autobiográficas. En este marco, mientras un grupo de personajes intentan olvidar las cicatrices de la guerra civil, otros -con su aureola de héroes- intentan mantener viva la llama de la resistencia antifranquista. Ninguno de los dos temas son originales en Marsé, pero en este caso ha sabido darles un estilo y un tono que supera los esperados enfrentamientos sociales para contemplar las cosas con un cierto desencanto.

El protagonista, Daniel, recuerda sus años infantiles. A su lado aparecen el chalado Capitán Blay; Susana, la niña tísica, que protagoniza una melodramática historia de desesperaciones; su madre, la infeliz Anita; la picaresca de los hermanos Chacón. De pronto irrumpe en sus vidas Nandu Forcat, compañero en el exilio de Kim, el padre de Susana. Forcat se encargará de alimentar la aureola de los llamados héroes de la resistencia -Kim era uno de ellos-, al contar a Susana y Daniel una heroica historia del Kim y un viaje a Shanghai, turbio lugar que es la síntesis de lo exótico, de lo no real, con sus amores y venganzas, gangsters y exiliados.

La novela alterna los dos textos: por un lado, Daniel y su biográfico estilo juvenil; por otro, Nandu, en presente, actualiza -como un moderno narrador de historias- los supuestos avatares de Kim.

Junto con la nostalgia y el desencanto, la corrupción de los sueños y de los ideales marcan el tono de esta novela, escrita con un lenguaje directo y sencillo, emotivo y lineal. Al igual que han hecho otros autores, Marsé repasa críticamente, aunque con melancolía, los ideales políticos de su juventud para concluir que los tiempos han cambiado hasta el pasado, y que el presente aplica sin romanticismos la pátina del cansancio y la frustración.

Adolfo Torrecilla

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