En la mayoría de los países occidentales, el sexo constatado a la hora de nacer, que se corresponde con el genético, ha pasado a no ser determinante de la identidad sexual. Se lo considera como algo impuesto de modo arbitrario, una condena injusta a un rol social. La identidad de género debe ser autodeterminada, por encima del sexo biológico. El género es entendido, pues, como el sentimiento de pertenencia a una identidad (femenina, masculina, no binaria, etc.) que puede cambiar a lo largo de la vida.
Por otra parte, la disforia de género se define como el sufrimiento derivado de la discordancia entre el sexo biológico y el que la persona siente. Este malestar ha de recibir una doble respuesta: social y médica, que se traduce en un proceso de transición (hormonal y quirúrgico). En este sentido, se han promulgado leyes que favorecen el cambio de sexo con todas sus consecuencias legales, también para niños y adolescentes, en la línea del llamado enfoque transafirmativo, que defiende el no cuestionamiento del sentimiento y la puesta en práctica inmediata de la transición. Los datos muestran que en los últimos años, los casos de disconformidad de género han aumentado exponencialmente entre niños y adolescentes, especialmente en las chicas. La causa de este hecho hay que buscarla en el papel crucial que tienen las redes sociales, las series y las películas en la cultura actual.
Este ensayo explica todo ese proceso, dando voz a especialistas en distintas disciplinas (docentes, psiquiatras, psicólogos, médicos, educadores, juristas) y exponiendo sus inquietudes profesionales. El libro aporta claves para entender y ayudar a los niños que presentan disforia. Se trata de un verdadero malestar que surge en el proceso de apropiación del cuerpo sexuado y de la identidad sexual de los niños, y que los adultos deben tomar en serio, proporcionando el mejor remedio, sin abandonarles, pero tampoco limitándose a respetar y apoyar su deseo de cambio de género.
El paradigma transafirmativo, como se muestra en estas páginas, adolece de importantes contradicciones, de las que señalamos dos. La primera es que las leyes elevan la autopercepción personal e individual a una cuestión pública y consideran el consentimiento del niño equivalente al de un adulto, cuando en cualquier otro ámbito se asume que el menor de edad carece de la capacidad de entender correctamente el alcance de sus decisiones. Además, la vía de reconocer legalmente un sentimiento íntimo podría llevar a plantearse cambiar el año de nacimiento (porque uno se siente más joven) o la raza (porque uno se siente de otra), y así sucesivamente. En segundo lugar, se aboga por una desmedicalización de la disforia de género, frente a los procesos de transición, que transforman a la persona en un enfermo crónico, por la medicación y las terapias a las que debe someterse.
Las implicaciones éticas que están en juego no son menores, especialmente para los médicos. Se trata de cuestiones complicadas que deben ser abordadas de modo multidisciplinar y en diálogo, recurriendo a la razón y la prudencia, y poniendo distancia con las emociones, tal y como hace este volumen. Y siempre con gran respeto hacia la persona y hacia la realidad que, nos guste o no, marca el cauce natural por el que nuestras vidas pueden discurrir. Querer traspasar esos límites es salirse de lo humano.