El día del Watusi: Los juegos feroces

Francisco Casavella

GÉNERO

Mondadori. Barcelona (2002). 297 págs. 17 €.

Desde que en 1997 publicara El secreto de las fiestas (ver servicio 27/98) y Un enano español se suicida en Las Vegas, Francisco Casavella (Barcelona, 1966) ha estado inmerso en la redacción de su monumental nueva novela, El día del Watusi, que ha dividido en tres partes y de la que ahora se edita la primera, Los juegos feroces. El propósito del autor es contar desde Barcelona la historia del final del franquismo, de la transición y de los años de gobierno socialista hasta 1995. Y Casavella lo hace con su óptica peculiar, con unos personajes marginales que, a su manera, representan toda una época de vida española. Los juegos feroces sólo cuenta un día clave de 1971, cuando en el puerto de Barcelona aparece muerta la hija de uno de los mafiosos que tienen su territorio en la montaña de Montjuich. Todas las sospechas recaen en el Watusi, un escurridizo delincuente, y la novela será la desesperada búsqueda por encontrarle, unos para avisarle del peligro que corre, y otros para asesinarle.

Los dos principales personajes de Los juegos feroces son el propio narrador, un desangelado e inexperto joven de apenas trece años en 1971, y Pepito el Ye-Yé, un chaval un tanto desequilibrado. El narrador, arrastrado por la verborrea fantástica de Pepito, recorre diferentes espacios de una Barcelona sórdida y lumpen, poblada de personajes fracasados que viven de la delincuencia y de la prostitución. Son escenas realistas y surrealistas a la vez, pues Casavella introduce continuamente otro tipo de ingredientes, como el sentido del humor y la atmósfera de pesadilla, que alejan la novela de un realismo cutre. Con un gran trabajo estilístico, donde se mezclan lo cordial y lo brutal, el autor pasa revista a la Barcelona suburbial de los años setenta, con sus mitos populares y sus claudicaciones.

La novela, ambientada en esta realidad social marginal, tiene momentos muy conseguidos, donde Casavella muestra la fascinación que siente por la cultura popular y por la sociología de una Barcelona vital y sórdida, aunque abuse en no pocas ocasiones de los aspectos más degradantes y miserables. Sin duda, esos ambientes sórdidos existían en la Barcelona de entonces, como en la de ahora, y pueden proporcionar materia novelable. Más discutible es que puedan servir para captar el espíritu de una época, la del final del franquismo, como se ha propuesto Casavella en esta novela.

Adolfo Torrecilla

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