Frank Dikötter es autor de una serie de libros sobre la China del siglo XX que han revolucionado la historiografía actual. En España se han publicado La gran hambruna en la China de Mao y La tragedia de la liberación con una muy buena acogida de la crítica. Dictadores ofrece una original historia del siglo XX, analizando cómo diferentes líderes autoritarios cultivaron el culto a la personalidad para mantenerse en el poder, algunos durante muchas décadas.
Los elegidos son Mussolini, Hitler, Stalin, Mao, Kim Il-sung, Duvalier, Ceaucescu y Mengistu. Para Dikötter, aunque todos ellos intentaron apoyarse en un corpus ideológico (en muchos de ellos, el marxismo-leninismo), esto no fue determinante para su éxito como líderes políticos. Lo que mejor utilizaron fueron los mecanismos de extensión del culto a la personalidad, cuyo objetivo, como escribe, “no era convencer, ni persuadir, sino sembrar la confusión, destruir el sentido común, forzar a obedecer”.
Todos ellos buscan crear una ilusión de apoyo popular. El culto al líder se sustenta especialmente en el miedo, que se extiende al pueblo y también a los estrechos colaboradores y sobre todo a los rivales. Por otra parte, ese culto no era natural, sino fruto de una meticulosa programación. Exige fotógrafos, hagiógrafos, dramaturgos, poetas, editores y coreógrafos. Para todos los dictadores, la propaganda es vital, y a ella destinan muchos esfuerzos, imaginación y dinero.
Desde esta perspectiva, el libro ofrece muchísimos ejemplos, algunos muy patéticos, sobre cómo estos dictadores pusieron en marcha unos delirios de grandeza enfermizos y peligrosos, sembrando muertes caprichosas a su alrededor, bien a través de detenciones absurdas, decisiones paranoicas o juicios farsa. No tuvieron tampoco recato en admitir un protagonismo narcisista y excesivo.
Ensayo, pues, muy interesante y ameno, también divulgativo, en el que queda bien claro que a pesar de la apariencia de una natural y ferviente popularidad con la que estos dictadores aparecían públicamente, se demuestra el acierto de la sentencia de Maquiavelo con la que se abre el libro: “Es mucho más seguro ser temido que amado”.