¿En qué contexto sociológico sobrevino la revolución estudiantil del 68? ¿Qué repercusiones ha tenido a cincuenta largos años vista, si es que las ha tenido? Son estos dos los interrogantes básicos que estructuran este documentado ensayo de Pablo Pérez, escrito con gran amenidad, y que incluye un recorrido histórico por los hitos que más significativamente han surcado este arco de tiempo.
En relación con la primera pregunta, bajo la superficie de la estabilidad social y de la prosperidad económica en los años de postguerra, se había ido gestando en EE.UU. la justa disconformidad con los prejuicios raciales, así como con el establishment capitalista, extendida también a Europa. Hasta aquí la razón de ser histórica y ética del nuevo movimiento inconformista.
Pérez analiza con riqueza de detalles cómo prendió todo ello justamente en aquellos sectores sociales no integrados en el sistema, como los estudiantes universitarios, liderados por Daniel Cohn-Bendit y bajo la égida intelectual de Herbert Marcuse. No era tanto una revuelta estudiantil circunscrita a unos objetivos determinados como una auténtica revolución en las expectativas del way of life dominante. Mentalidad que fue especialmente caldeada por la infructuosidad de la guerra de Vietnam. Si hubiera que transcribir esta revolución a un lema o consigna, sería el “¡prohibido prohibir!”, reacio a toda norma, lo cual no impediría que con el tiempo se fueran asumiendo en sus promotores los tenores de vida consumistas aireados por la publicidad, como es el caso del mismo Cohn-Bendit.
¿Significa esto que ya no queda nada de aquellos años? Sería precipitado entenderlo así. El fino olfato del historiador encuentra una confluencia no casual de acontecimientos durante aquel año: la crisis generalizada del prestigio de cualquier autoridad, el sofocamiento de la Primavera de Praga por los tanques rusos, la difusión de los contraceptivos o la contestación a la profética encíclica de Pablo VI Humanae vitae. Lo común a estos fenómenos es un espíritu de transgresión, manifiesto en especial en el declive de los vínculos comunitarios y del diálogo entre los diferentes, empezando por la diferencia generacional dentro de la familia, no menos que en la disociación entre el deseo sexual y el amor estable y fecundo.
Hoy perduran, exacerbados en sus expresiones, el individualismo del 68, que lleva a cancelar lo que no se acomoda a la inmediatez del deseo, y la resistencia consiguiente ante toda pauta institucional. En este sentido, la cultura woke, de implantación en la última década, se entiende como una pseudorreligión que reescribe la historia, en un despertarse –wake up– del adormecimiento debido a la admiración ante un legado acumulado a través de generaciones y en un comenzar desde cero. En suma: tras la denuncia de situaciones arrastradas éticamente insostenibles se oculta el vacío de una libertad carente de propuestas positivas. Bajo el paraguas del derecho intocable a una libertad prácticamente ilimitada se difumina la responsabilidad ante sí mismo y ante los otros, como el precio a pagar por el uso sin medida de las opciones individuales.