Cenizas

Pre-Textos. Valencia (2008). 160 págs. 16 €.

GÉNERO

Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961) es uno de los escritores que mejor cultivan en España el arte del relato corto. A los premios obtenidos a lo largo de su trayectoria (NH, Tiflos, Cortes de Cádiz…) se sumó en 2007 el Manuel Llano, que convoca el Gobierno de Cantabria y conlleva la publicación de la obra, en este caso por la editorial Pre-Textos. El libro premiado, Cenizas, reúne seis relatos con una línea argumental y estilística semejante a la que hallamos en otras colecciones del autor, como Temporada de huracanes.

Calcedo ha alcanzado su madurez creativa, y se recrea en un universo que conoce muy bien: sus personajes son seres solitarios a quienes la vida puede conceder una segunda oportunidad (que no siempre aprovechan); la acción se desarrolla en cafeterías, empresas deshumanizadas o caserones en ruinas; y abundan las reflexiones poéticas, que a veces lentifican el curso de la narración.

En la obra de Calcedo, se detecta una serena defensa de los valores individuales frente al arribismo y la avaricia apisonadora de la sociedad. Así sucede, por ejemplo, en Todas las camareras o Dinero, dinero, dinero, donde los protagonistas se resguardan de la crueldad de sus semejantes mediante una rebeldía íntima, que confluye y se agota en un gesto.

Otro de sus temas predilectos es el mundo de la pareja y la fragilidad que lo rodea. En Época de tigres, rastreamos una infidelidad pasada; en Emboscada, examinamos el vacío de un abogado donjuán que, a lo largo de los años, ha sembrado la desolación entre las mujeres víctimas de sus antojos sensuales; en A la sombra del mandarín, un matrimonio en la cuerda floja se desgarra ante sus invitados en una cena; mientras que, en el relato que da título al libro y lo clausura, el dibujante de tiras cómicas Noel Simsolo -viejo conocido de las páginas de Calcedo, que ya apareciera en el cuento Tres muñecos de nieve, de Temporada de huracanes– asume su misantropía tras la muerte de su hijo en un accidente.

Gonzalo Calcedo es, en definitiva, un agudo observador de una realidad perpleja y alicaída, pero en ningún caso incurable, tal como prueban algunos de los bellos y esperanzados finales de sus mejores relatos.

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