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Bullet Park

John Cheever

GÉNERO

Emecé. Barcelona (2006). 261 págs. 21,50 €. Traducción: Claudia Conde.

Cheever (1912-1982) fue un escritor humano pero al mismo tiempo algo vitriólico, con una sensibilidad un punto exacerbada y con importantes dificultades para aceptarse (alcoholismo, bisexualidad) y convivir con lo que va mal fuera de él. Toda su obra es una indagación en la engañosa autocomplacencia de la vida burguesa norteamericana. Sus novelas constituyen una radiografía de la clase media. Lo que les hace seres satisfechos de sí mismos no es para Cheever más que celofán bajo el cual no todo es tan bonito. El suyo es un realismo social no sucio, pero tampoco amable. No es cruel pero sí cáustico. Su estilo es sencillo y elegante, nada agresivo pero afilado.

«Bullet Park» venía precedida por el éxito de su «Crónica de los Wapshot» y «El escándalo de los Wapshot». Fue seguida por la exitosa «Falconer». Ninguna de estas novelas, sin embargo, está al altísimo nivel de sus «Relatos» y toda su producción, novelas y relatos, carecen del morbo e interés que despiertan sus célebres «Diarios». Los Nailles viven en Bullet Park, un barrio residencial de clase media-alta. Su vida discurre en una feliz normalidad en la que el amor por su único hijo es la nota que vibra más alta. Los Hammer, un matrimonio más inestable y algo neurótico vienen a instalarse al mismo barrio. En la primera parte de la novela, un narrador desconocido nos acerca a los Nailles, desde su pasado hasta la actual depresión que sufre el hijo. La segunda parte es el tramo del diario de Paul Hammer donde se explica cómo ha llegado a ser lo que es ahora, y qué extrañas circunstancias desencadenan el climax de su relación con los Nailles, objeto de la intensa y breve tercera parte de la novela.

Debajo de la aparente normalidad de familias decentes, algo está estropeado. Cultivan flores, juegan al golf, mantienen relaciones educadas y superficiales con los vecinos, van a la iglesia el domingo. Pero la respetabilidad social no implica pureza moral. La realidad se resiste a ser encasillada y la ambigüedad sustituye a todas las certezas. Sólo queda en pie, quizás, el amor de un padre por su hijo.

La novela es francamente original y recuerda mucho a sus relatos. Sin ser un encadenamiento de estos, no tiene la solidez de estructura acostumbrada en un relato narrativo largo. A la altura de su vida en que la escribió, la pluma de Cheever estaba ya muy entrenada y hay por todas partes escenas magistrales.

El lector aficionado al escritor norteamericano disfrutará con la novela; quien no lo conozca es aconsejable que empiece por los relatos, una selección está recogida en «La geometría del amor» (ver Aceprensa 59/02).

Javier Cercas Rueda

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