Arde el musgo gris

Nórdica. Madrid (2007). 352 págs. 20 €. Traducción: Enrique Bernárdez.

TÍTULO ORIGINALGrámosinn glóir

GÉNERO

Vilhjálmsson, nacido en Escocia en 1925 pero de padres islandeses y criado en la isla, pasa por ser el más importante escritor islandés vivo. Sus obras proponen una actualización del rico folclore islandés mediante la aplicación de las técnicas vanguardistas propias de la literatura moderna. Por Arde el musgo gris recibió el Premio de Literatura del Consejo Nórdico en 1988.

Se trata de una obra difícil, de gran complejidad estructural y tempo lírico, que exige mucho del lector. La novela se centra en la figura del juez Ásmundur, trasunto ficticio de un personaje histórico bien conocido por los islandeses, ya que es su poeta nacional y uno de los grandes reformadores progresistas responsables de la modernización legislativa de Islandia en el siglo XIX, y entreteje tres tramas diferentes: dos casos penales -por un lado, un posible delito de incesto entre dos hermanos, y por otro el asesinato de una campesina a manos de su amante- y un viaje a caballo de Ásmundur por tierras islandesas en compañía de su criado. Las transiciones entre un tema y otro no están bien definidas, algo en lo que el autor incurre a propósito. Para ello se sirve de un discurso elíptico y plagado de flashbacks que obligan al lector a ordenar la información que se le suministra de manera fragmentaria, incluso incoherente de tan poco explícita.

Pero al autor poco le importa la probable desorientación de sus lectores. Su verdadero propósito es rendir un tributo personal a la tradición literaria de las viejas sagas islandesas mediante su adaptación estilística a un episodio histórico en la vida de Einar Benediktsson, el personaje real que sirve de inspiración al juez Ásmandur. Utilizando el monólogo interior y el estilo indirecto libre, Vilhjálmsson adopta la óptica de su personaje para recrear su conciencia poética y sus vacilantes convicciones sociales, típicas de la revolución romántica de su tiempo.

Este último aspecto de carácter ético es el más problemático del libro. A través del testimonio de varios personajes, unos a favor y otros en contra, se van perfilando las distintas alternativas de culpabilidad o redención de la pareja incestuosa. El juez deberá entonces elegir entre atender las razones del sacerdote del pueblo o de la hermana acusada, que apelan al buenismo -más que bondad- de un Dios subjetivo, o a una concepción posromántica y libertaria de un amor contrario a las convenciones sociales, respectivamente; o bien atenerse a la legislación vigente en pro del orden público. La disyuntiva, como se ve, adolece de un tufillo más posmoderno que decimonónico; un resultado decepcionante para un tema a priori interesante, que tratado con más ecuanimidad y hondura podría verdaderamente haber dado de sí lo que la contratapa del volumen proclama.

Pero Vilhjálmsson tampoco insiste demasiado en justificar mediante la ficción consignas libertarias; más bien son una excusa para hilar el derroche estilístico de la novela, ejemplo de una maestría verbal ciertamente sobresaliente. La exuberancia de la prosa no nos parece, con todo, suficiente motivo para corroborar el rango de obra maestra que toda la crítica coincide en asignar a Arde el musgo gris.

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