En el lejano Oeste bastaban dos cualidades para triunfar: valor y puntería. Abel Crow es valiente y desenfunda el revólver con la rapidez del rayo. Y aunque no ha llegado a la treintena, su biografía ya acumula numerosos momentos memorables, que el propio protagonista relata en breves e intensos capítulos: sus enamoramientos, las inconstantes relaciones familiares y la austera vida que se lleva en la frontera. Porque en el Oeste no hacía falta ser muy mayor para hacer balance.
Abel reúne todos los ingredientes de la “factoría Baricco”: una estructura que hace pedazos el tiempo cronológico; personajes extraños, sacados directamente del realismo mágico; y una prosa caracterizada por la mezcla del lirismo radical y modismos cotidianos. El italiano escribe muy bien, pero lo hace sin interponer distancia con el que se acerca a él: de hecho, es como si estuviera hablando con el lector, confiándose a un amigo.
La fórmula le ha deparado éxito, pero hay quienes sostienen que emplea los recursos de un modo demasiado efectista. Una crítica injusta: más que la voluntad de epatar, palpita en él una pasión por mirar el mundo como si se tratara de un texto mágico que se propone penetrar.
Lo que se despliega ante el lector en la sucesión de capítulos –cada uno autónomo, completo y acabado, como una melodía independiente– es la constatación de que hay un terreno en que lo natural y lo sobrenatural –o lo increíble– se entrecruzan. Abel refleja los rasgos de un mundo perdido, cuando el ser humano afrontaba la tarea de domeñar su destino clavando estacas en suelo virgen. La principal enseñanza es que somos parte de un todo.
En la novela proliferan los salones llenos de humo, los duelos bajo un sol despiadado y el eco insistente y sediento de las chicharras. También la sensualidad y algo de ese salvajismo sin el cual el vaquero apenas podría haber resistido las inclemencias del salvaje y viejo Oeste.
Abel no es un libro para quien sostenga que leer es un mero entretenimiento. Es para quien anhela encontrar algo mucho más profundo entre las tapas de un volumen. En este sentido, Alessandro Baricco (Turín, 1958) es un huracán literario, de esos que saben que la lectura constituye una cita con la belleza del mundo y que esta se desvela, precisa y delicada, en la palabra escrita.