La escritora y pacifista austríaca Bertha Kinsky (1843-1914) –luego baronesa Von Suttner– conmocionó a la sociedad de su tiempo con ¡Abajo las armas!, una novela que Tolstói comparó, por su alcance, con La cabaña del tío Tom.
Su popularidad, con un sinfín de inmediatas reediciones y traducciones –y esta de Cátedra no puede ser más pertinente, ahora que celebramos el centenario de la Primera Guerra Mundial–, se entiende en un contexto en el que el mundo avanzaba inexorablemente hacia el desastre. Porque ¡Abajo las armas! es, en cierto sentido, la biblia del movimiento pacifista, un texto crítico que rebate el ideario militarista que asfixiaba el Viejo Continente en aquellos años.
La novela narra la historia de la condesa Martha Althaus, que vive cuatro guerras. Comienza en 1859, cuando la protagonista tiene 19 años y en la batalla de Solferino pierde a su primer marido, el conde Arno Dotzky. A partir de ese momento, Althaus, educada en un ambiente castrense –su padre es general del ejército austríaco–, reniega de las fantasías heroicas y el patrioterismo, y muestra un rechazo total a la violencia. Se casa luego con el barón Friedrich Tilling, un piadoso oficial que, en el desempeño de su cargo, lucha en otros conflictos: la segunda guerra de Schleswig (1864) y la guerra austro-prusiana (1866), que sumen a su hogar en la noche más oscura, tras el estallido de un brote de cólera. A la postre, la guerra franco-prusiana de 1870 entierra todas las esperanzas de Martha.
La narración de Von Suttner, que delinea con igual habilidad el plano de la batalla y el de la retaguardia en el hogar, resulta insoportablemente veraz. Desde la primera página, la autora se alza frente a los disparates de la guerra y apela a la razón de sus semejantes: “Si en el mundo sobran probabilidades de catástrofe o de muerte, ¿por qué los hombres han de buscarse voluntariamente otras?”.
¡Abajo las armas! es, en definitiva, una novela naturalista de tesis, y aquí la tesis no deja lugar a dudas: si la civilización no toma conciencia de los excesos de la carrera armamentística, está condenada a una pronta extinción. De ahí que el pacifismo sea el único camino. Ese credo salpica todo el discurso de la novela, pero hay más: el decimonónico “me quiere – no me quiere”, propio de los tiempos de paz, y un perspicaz retrato de la nobleza y la casta guerrera fin de siècle.
Los esfuerzos de la baronesa Von Suttner, premio Nobel de la Paz en 1905, no surtieron efecto; apenas un mes después de su muerte, estallaba la Primera Guerra Mundial.