Netflix ha dividido en tres capítulos la película, de casi tres horas de duración, que Noruega presentó el pasado año como candidata al Oscar en lengua no inglesa, y la ha convertido en una miniserie. Rescata el papel que la marina mercante noruega desempeñó durante la Segunda Guerra Mundial, recordando a los más de 30.000 marinos que, sin formación militar, lucharon junto a los Aliados. Sin ellos –según el testimonio del Premio Nobel de la Paz Philip Noel-Baker– estos “habrían perdido la guerra”.
Un marinero en la guerra se centra en dos amigos de toda la vida: el cocinero Alfred o Freddy, padre de tres hijos, y el maquinista Sigbjörn, soltero, que se enrolan en Bergen en 1939. Con Aksel, de 14 años, al que rescatan del mar, el joven Braathen y la ayudante de cocina Hanna, formarán un grupo que luchará por la supervivencia. En paralelo, la serie narra asimismo la lucha de Cecilia, la mujer de Freddy, por sacar adelante a sus tres hijos en medio de la ocupación alemana.
El guionista y director Gunnar Vikene prefiere no filmar escenas típicas de guerra, sino centrarse en las consecuencias devastadoras para ambos microcosmos, en alta mar y en tierra. Todo ello, con un despliegue de medios que hace de esta producción la más cara del cine noruego y un diseño cuidadísimo. Sólo hace falta comparar las modestas viviendas de la familia en 1939 y en 1972 para apreciarlo.
Vikene sabe manejar el tiempo: los días se convierten en semanas, en meses, en años… La guerra puede haber terminado, pero sus secuelas permanecerán toda una vida. Aquí, y no sólo en la escenificación de las acciones de guerra, radica la diferencia con, por ejemplo, Sin novedad en el frente, de Edward Berger. En común tienen ambas que la música corre a cargo del compositor alemán Volker Bertelmann, oscarizado por la película de Berger.
