Gareth Edwards estrenó en 2010 Monsters, una película muy inteligente que con un exiguo presupuesto (medio millón de dólares) contaba con mucha destreza una historia ambientada en la frontera de México con Estados Unidos después de una invasión alienígena.
Han pasado los años y el director británico de 48 años sigue fiel a sus intereses temáticos, que pasan por las relaciones humanas esenciales como la paternidad, la filiación y la amistad. Acostumbrado ya a los grandes presupuestos y a una producción compleja (dirigió en 2016 Rogue One: Una historia de Star Wars, 200 millones de presupuesto y más de 1.000 millones en taquilla), Edwards cuenta en esta película la relación compleja entre los seres humanos y las criaturas diseñadas con inteligencia artificial, tras la caída de un bomba atómica en Los Ángeles. La trama se construye sobre el viaje de un humano para encontrar al líder de la IA que puede estar en posesión del arma definitiva para eliminar o someter a los humanos.
Edwards es un buen observador: dice inspirarse en los viajes que hace (Tailandia, Vietnam) más que en las películas que ha visto. En efecto, en The Creator hay asuntos complejos y controvertidos que no suelen aparecer así en otras historias de ciencia-ficción. Resulta inquietante, porque lo que cuenta ya está aquí, hoy y ahora en nuestras vidas. La IA trabaja con modelos e imitaciones, y la manera en que Edwards conduce la historia es sugerente, esquivando un planteamiento simplista. La llamativa religiosidad de las máquinas, los límites de la hibridación humano-artificial, el diálogo Oriente-Occidente, la dimensión profética usada por los poderosos son cuestiones que interpelan en una superproducción espectacular que quiere ser más que una cinta de aventuras u otra película futurista tipo Terminator. A ratos se hace pesada, por lo general es apasionante.
