Chantal y Christian viven una jubilación serena, pero casi no ven a sus hijos Sandrine y Stéphane, que marcharon hace tiempo y están abducidos por sus trabajos y supuestas relaciones sociales. Cuando los hijos les anuncian que no celebrarán la Navidad con ellos, el veterano matrimonio decide hacerles creer que les ha tocado una millonada en la lotería. Inmediatamente, los hijos vuelven a hacer caso a sus padres, pero la situación se complica hasta límites surrealistas.
En esta divertida y ágil comedieta de enredo, la francesa Alexandra Leclère (Las hermanas enfadadas, Maman) sigue los pasos de la esperpéntica saga Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? de su compatriota Philippe de Chauveron, que este verano se acrecienta con una tercera entrega. Es decir, Mis queridísimos hijos arranca sonrisas y carcajadas a través de su afilada disección de las debilitadas relaciones familiares en las sociedades occidentales, con un tono ligero pero bastante elegante, que deja espacio a la crítica social y a la fábula moral.
Dentro de un asumido histrionismo, todos los actores dan la talla, pero brillan especialmente los veteranos Josiane Balasko y Didier Bourdon, que encarnan con gracia y ternura el síndrome del nido vacío, al tiempo que subrayan con sus ocurrencias la mediocridad de las nuevas generaciones, dibujadas como egocéntricas y hedonistas, afectivamente frágiles, casi sin recursos éticos y con rastreros intereses vitales. O sea, que esta comedia, además de hacer reír, también anima a pensar. No es poca cosa.
