Una pareja de cineastas se traslada a la isla de Fårö, paraje talismán del director sueco Ingmar Bergman, el escenario donde rodó algunas de sus mejores películas. Su intención es buscar la inspiración en ese lugar emblemático.
Ingmar Bergman (1918-2007) fue el creador de una obra inabarcable en teatro, cine y televisión, que combinó con una vida afectiva tan tormentosa y obsesiva como la de los personajes de sus películas. La directora francesa Mia Hansen-Løve (una de esas cineastas tan admiradas en los festivales de cine por películas como Edén o El porvenir) se ha documentado a fondo sobre este cineasta y eso se transmite en cada fotograma sin necesidad de hacer escenas-plagio con excusa de homenaje (no sería la primera vez). De hecho, la película tiene una luz ambiental mediterránea que contrasta con la niebla y el gris habitual de la obra del oscarizado director.
El casting de la película y la dirección de actores son muy acertados. Todos ellos procuran que el espectador interiorice con libertad en personajes marcados por una sensibilidad que impactó en muchas personas de la manera más insospechada. Tal y como se cita expresamente en la película: “Escenas de un matrimonio provocó muchos divorcios en todo el mundo”. Lo que resulta más meritorio de la película de la cineasta francesa es el espíritu crítico con el que se reflexiona sobre Bergman, sus relaciones familiares e incluso su obra artística. Se hace con respeto y admiración, pero con la delicada incisividad del bisturí.
La trama tiene su complejidad estructural en esas idas y venidas entre realidad y ficción, aunque finalmente el espectador tiene herramientas para reconstruir el mapa de un existencialismo egocéntrico y sensual demasiado mitificado. “Bergman era cruel en su vida y en su arte”, concluye un personaje de la película, en una sentencia que es contestada por un silencio ruidoso de sus acompañantes.
