Lugares comunes

Director: Adolfo Aristarain. Guión: Adolfo Aristarain y Kathy Saavedra. Intérpretes: Federico Luppi, Mercedes Sampietro, Arturo Puig, Carlos Santamaría. 112 min. Jóvenes-adultos.

DIRECCIÓN

GÉNEROS

En los últimos años, el argentino Adolfo Aristarain ha dirigido una gran película -Un lugar en el mundo- y dos films interesantes -La ley de la frontera y Martín (Hache)- pero con un fondo ideológico excesivo y parcial. Este mismo defecto, aunque mitigado, debilita Lugares comunes, adaptación de la novela autobiográfica El renacimiento, de Lorenzo Aristarain, primo del director. En el último Festival de San Sebastián, el film ganó los premios al guión y a la actriz (Mercedes Sampietro).

Como indica el título, lugares comunes delimitan el declive de Fernando y Liliana, un maduro matrimonio bonaerense. Él, argentino, es profesor de Literatura en la Universidad y sigue fiel a sus utópicas convicciones socialistas. Ella es una española culta, comprensiva y más pragmática, que ha asumido sin traumas su papel de ama de casa. El amor mutuo que sienten desde hace más de 40 años será puesto a prueba por la distinta opinión que tienen de su único hijo -que triunfa en España como informático tras renunciar a ser escritor- y por sus distintas actitudes ante la jubilación forzosa del marido, que coincide con el agravamiento de la crisis económica argentina.

El carácter discursivo y literario del guión entorpece la fluidez de la puesta en escena, ya de por sí serena y contemplativa. También las interpretaciones padecen un poco esa opción, aunque Luppi, Sampietro y los demás actores disimulan con profesionalidad el tono declamativo de los diálogos. Por otra parte, la indudable carga emotiva de la película se ve rebajada por el gran peso de su discurso ideológico, delimitado por una ingenua visión acrítica de la Revolución francesa y un par de ataques destemplados e injustos a la religión. También pesa su desolador pesimismo, en lucha constante con la intuición de la fuerza del amor. Afortunadamente gana éste último, pero incluso el abrupto desenlace está sazonado con un ingrato regusto de amargura.

Jerónimo José Martín

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