Las nieves del Kilimanjaro

Después de una breve incursión en el cine histórico (El ejército del crimen), el veterano realizador francés Robert Guédiguian ha vuelto a su “barrio” (l’Estaque), a Marsella (epicentro de casi todas sus películas) y a su retrato costumbrista y social. Esta cinta consiguió en la pasada edición de la Seminci la Espiga de Oro, una larga ovación del público y el aplauso de la crítica: las tres cosas, merecidas.

Guédiguian cuenta las desventuras de un astillero situado en el puerto de Marsella. La crisis económica obliga al sindicato de trabajadores a despedir a algunos para evitar el cierre. En el sorteo son elegidos un representante del sindicato y un joven trabajador.

El cineasta francés se inspira en un breve poema de Victor Hugo, La gente pobre, para dar una vuelta de tuerca a su tradicional realismo social y plasmar una serena autocrítica a su definido discurso político. No es que el cineasta haya dejado atrás su militancia y su cercanía a los postulados del socialismo. Están todos… pero de otra forma. La cinta refleja la simpatía del realizador con la actitud de los sindicatos, la defensa de los trabajadores y la lucha contra las injusticias.

Sin embargo, como hace reconocer a los personajes, “todo esto no basta”. La película traspasa la barrera de la denuncia para dibujar una conmovedora galería de tipos humanos y convertirse –como el poema de Victor Hugo– en un canto a la solidaridad, o mejor, a la caridad. Desde un postulado mucho más humanista que socialista, la película habla del amor al prójimo, de la necesidad de perdonar, de la importancia de ponerse en la piel del otro, y contiene un revolucionario mensaje: ante la crisis económica, más que soluciones políticas necesitamos respuestas humanas, y más que en los gobiernos, la llave está en las personas.

Guédiguian construye la narración a partir de una realización realista y muy básica: una única trama principal construida por una sucesión de escenas. Tampoco arriesga en el reparto: son sus actores de siempre, ni guapos, ni glamurosos… tipos normales, en definitiva, como los del poema de Victor Hugo.

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